FRANCISCO UMBRAL
La tormenta del miércoles fue como un tornado en toda España. Los americanos le habrían puesto nombre. Aquí, para poner nombre a las cosas tenemos a los políticos, que ese mismo día se reunieron violentamente para hundir el país en abismos verbales que repercuten en las vidrieras con elocuencia meteorológica. En la dacha el viento me fusiló tres árboles, los más hermosos, pero flojos de raíz. Eso les pasa también a los políticos más brillantes: que luego se manifiestan ligeros de raíz, tras haber tocado el cielo con la copa, poniendo una lámina de verdor entre el texto azul claro del cielo.
El primer árbol caído era un pino hermoso y musculado y los gatos se subían a él buscando ratones y haciendo sonar toda la noche cosas rodantes e inofensivas, pero que estorban mucho el sueño. El abeto era el árbol que presidía el jardín y de golpe perdió su altura, dejando al aire las raíces que ahora nos avergüenzan por su debilidad y ligereza. En todo caso, es el que reúne más profesionales y jardineros para ver de llevárselo y poner otro. Tiene una sugestión botánica que todavía es evidente cuando la planta está vencida por la entrada de marzo ventoso. Es lo que decíamos de los políticos y aficionados. Que tienen la cabeza a pájaros y la raíz feble.
Así hacen la política que están haciendo. Ortega condena a Beethoven como artista narrativo y sitúa la música pura en Bach, naturalmente. Pero Beethoven, aparte de no hacerlo mal, tiene frases de verdadero pensador. Una que a mí me gusta es la que dice: «Más amo a un árbol que a un hombre».
Yo no soy el Beethoven de los cedros, pero el Evangelio se me vuelve muy lírico cuando habla de los cedros del Líbano. También el cedro ha caído en la guerra civil de las especies, que es lo que va a venir. Lo único que quedaba aquí con sentido común era la arboleda perdida, pero olvidado que está Rafael Alberti por la actualidad de la casa de Aleixandre, yo no soy poeta para cantar a mis árboles destituidos.
En verano son los incendios forestales y en invierno los vientos tormentosos. Lo que ha habido en la dacha, de puertas adentro, es un viento huracanado como una tragedia de Bertolt Brecht, la que citábamos el otro día en nuestra glosa de Massiel. Voy a decirle a Massiel que se pase por aquí para modular la voz y la guerra. Nuestros políticos cambian la voz para reñir al adversario ideológico. La ideología es casi siempre una cuestión de foniatra. En nuestros parlamentos y audiencias ya no se oyen más que gritos. Cuando un país resuena bananero, como me dice Paulino, es que está perdiendo el timbre democrático.
He llamado al Seguro a ver cómo se arregla esto, y parece que va para largo. Todo huele a burocracia como las novelas de Jorge Cela, que hoy me llega una y es algo así como un Kafka castizo, pero ya quisiera uno esa prosa que cae hoy mansamente sobre mis tres árboles crucificados. En un apartamento dermoestético de la Castellana no se le caen a uno los árboles que no hay. Pero aquí suena el ventarrón de toda España y el ventarrón de las Cortes, que se torna aplaciente en un día de acuarela, lento, quieto y esperanzador. Es alguna socialdemocracia que se insinúa en vano después de la tragedia.
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