Hace 10 días se anunció su vuelta. La Fiesta se sacude, al fin, su orfandad. El hábil negociador sin megáfono -para disgusto de la plana mayor de ERC, con Carod Rovira y el presidente del Zoo de Barcelona, Jordi Portabella, a la cabeza- ha sido un catalán. Se llama Salvador, se apellida Boix y nació junto al lago gerundense de Banyoles. Escritor, periodista, músico profesional, flautista, taurinísimo, y desde el pasado 2 de marzo el hombre que engrosará el Cossío como el conseguidor o la voz disuasoria -cual Hamelin- que recondujo a José Tomás hasta los cosos. «No creo que le haya convencido, no le he rescatado de nada. Estábamos en México a primeros de año y, paulatinamente, la cosa desembocó en su regreso. Fluyó con naturalidad. Los detalles íntimos de la decisión nos los reservamos para nosotros».

20 FESTEJOS.

En medio de aquella mística, se convino que Boix apoderara al de Galapagar. De momento, sin atorarse: no más de 20 festejos escogidos (Albacete, Puerto de Santa María, León, Algeciras, Sur de Francia...) y en 2008 Dios dirá si se arrima a las grandes ferias. En simbólico gesto, Tomás se re-vestirá de luces el 27 de junio en la Monumental de Barcelona, ciudad que le idolatra y que ha sido empitonada por el fundamentalismo anti-Fiesta. «Ahora los de Esquerra han cambiado el discurso de que los toros son españoles y argumentan posturas más animalistas, una hipocresía de ecologismo de salón». Desde Estados Unidos hasta Australia, la avalancha de petición de entradas hace pensar que su protegido abarrotaría el Nou Camp. «No tanto, tú. Pero amigos míos de ERC ya me han pedido entradas. Incluso directivos de TV-3», desliza con sorna. Habrá que comprobar con lupa si los independentistas se esconden tras gafas oscuras en los tendidos.

Camper en los pies, ropa casual, Marlboro de importación entre los dedos, apasionado de la poesía, el teatro, seguidor del Joventut de Badalona... y no le suena un pasodoble en el tono del móvil. A sus 48 años Boix escapa del estereotipo taurino. Sus hijos ignoran olímpicamente los toros y si se le pregunta por su estado civil «pasa palabra». «Sí, soy rara avis en este tinglado. Me llamo Boix, hablo castellano con un acento catalán que echa p'atrás, pues tú me dirás». Aseguran que hasta cierto locutor radiofónico, íntimo del torero, se ha opuesto a que un hombre falto de solera le lleve los asuntos. Y aunque nuevo en esta plaza, el gerundense pisa el madrileño Hotel Wellington con cara de satisfacción. Le estrechan la mano el resto de apoderados -Victoriano Valencia, González de Caldas o José Luis Segura, reunidos en una cumbre para repartirse la temporada- con cierta extrañeza. Boix tiene en cartera al cromo más deseado por las empresas. Si nos atenemos a los mentideros taurinos, unos 120.000 euros hay que apoquinar por corrida. «El diestro está en el precio que corresponde. Soy persona dialogante, y el que quiere contratarle de veras lo consigue».

Sea o no el rescatador, Salvador se quita mérito. «La gente me dice: "Gracias por devolvernos a José Tomás". Ha estallado una ilusión fantástica, pero el protagonismo no es mío». Si Tomás es hombre de silencios, el risueño Boix habla por los codos y canaliza el entusiasmo creado. «Él que se dedique a torear. Nosotros estamos aquí para añadir la literatura».

La relación entre ambos se remonta a 1999. «Le conocí con motivo de un reportaje para Barcelona TV. Entablamos una amistad que ha crecido en buena sintonía a muchos niveles. Mi libro, Reflexiones sobre José Tomás, fue uno de los hitos del camino», recuerda. El incierto epílogo se escribe este mismo año. «Viene a decir más cosas que las que dijo, a entregarse con una depuración estilística tremenda. Esto es lo que acojona y hace llorar a los tendidos». Buena nueva. Ha vuelto el torero pródigo. Se compromete a hollar los terrenos en los que atornillaba sus manoletinas, lugar temerario donde se esconde la muerte. Y se forjan los mitos.