Domingo, 11 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6293.
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EL RETORNO DE THE POLICE / La banda británica vuelve para «cicatrizar heridas sin cerrar» con una gira que pasará por Barcelona el 27 de septiembre / «Vamos a la guerra», dice Andy Summers, presente junto a Stewart Copeland
«Sting es el gallo de nuestro corral»
CHRISSY ILEY. The Sunday Times / EL MUNDO

LONDRES.- Un golpeo inconfundible de batería antecede a Stewart Copeland. Su última imagen pública la protagonizó en un programa británico de telerrealidad; en su papel de verdad, llevaba casi 20 años sin subir a un escenario. Cualquiera puede darse cuenta de que se lo toma en serio.

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El escenario es el Staples Center de Los Angeles, donde Copeland, Andy Summers y Sting preparan en secreto la resurrección de su banda en la víspera de la ceremonia de los pasados Premios Grammy. Atacan Roxanne y, por un segundo, cualquiera diría que no ha cambiado nada desde que The Police tirara la toalla en 1986, en el apogeo de su éxito. A simple vista, el grupo tiene buen aspecto, cualesquiera que sean sus aireados agravios.

Summers celebra las buenas sensaciones: «¡Estupendo! Muy emotivo, verdaderamente emotivo». Sting le mira y zanja: «Tienes la boca llena de comida». Como si tuviera vergüenza, Summers se limpia los labios. Posiblemente, por este tipo de cosas se separaron hace 21 años.

Un día después, Sting vuelve a contestar como un miembro del grupo. ¿En serio estamos ante el Sting de The Police? «¡Sí!, eso intento. Ayer me metí en el personaje. Y es fácil», continúa. «Soy un chicarrón de Newcastle. Vivo de acuerdo con mi fama, con mi fama tan ridícula».

Eufórico, no para de reír. «¿Por qué lo hago? Porque es una manera de que cicatricen las heridas», explica. La respuesta es creíble a medias. Sting dejó The Police porque requería libertad para escribir canciones. Bien, entonces, ¿por qué esto? Desde luego, no es por falta de dinero o aplausos. Es porque necesita que pasen cosas. Por ejemplo, que encajen los fragmentos rotos del pasado.

300 millones de euros

Menos complejas son las razones de Arthur Fogel, diseñador de una gira que podría reportar al trío de oro 300 millones de euros. «Llevo años y años proponiéndole algo así a Sting. En diciembre, recibí una llamada suya. Me dijo que sí. Me pilló con la guardia baja».

El ambiente que se respira es de entusiasmo. ¿Ingenuidad, nerviosismo, teatro? Desde luego, Summers no es tan tonto como para pensar que todo será fácil. «Nos vamos a la guerra. Necesito una armadura... No creo que acabemos a la greña, pero somos un grupo de rock, así que, por definición, tenemos que estar un poco al borde de la pelea siempre».

Durante años, Summers ha hablado de sí mismo como alguien que andaba por ahí con una herida abierta, quizá porque había un trabajo sin rematar, abandonado con una separación lenta, dolorosa, pasiva-agresiva. «No recuerdo que en ningún momento nos sentáramos», rememora, «y nos dijéramos oficialmente adiós; simplemente, nos fuimos a casa y no volvimos».

En los tabloides, circularon rumores desde 1981 que aseguraban que Sting odiaba a la banda, que Copeland le había roto una costilla de un puñetazo, que los miembros no se hablaban entre sí.

Sting, el malo de la historia, irrumpe de nuevo con unos cuantos vasos de Pinot en el estómago, que se unen a su borrachera de euforia de estos últimos días. «The Police fueron siete años de dolor. Tenías todo lo que pensabas que te iba a hacer feliz y luego resulta que no. Fue una lección horrible, pero también maravillosa, darte cuenta de dónde procede la felicidad auténtica. Ahora caemos en los mismos errores, pero salimos mejor de ellos. Además, teníamos la necesidad de que esto suturase. Mi instinto me decía que era eso lo que tenía que hacer. Mis instintos no tienen nada que ver con la lógica. La lógica de dejar el grupo cuando era el de más éxito en todo el mundo era bastante peculiar».

Hablemos de falta de lógica:«Las bandas», explica Sting, «se forman en un barrio o en un colegio, sus miembros tienen una misma formación. Las nuestras no podían ser más diferentes. Stewart es hijo de diplomáticos; Andy, un pijo; y yo, un bruto de Wallsend. Nosotros no teníamos nada en común».

En efecto, Copeland se expresa con frases jugosas, bien construidas, deliciosas a veces, pero que no necesariamente responden a lo que se pregunta. Como un diplomático. «He sacrificado toda mi credibilidad musical en Inglaterra... ¡y no me parece mal! He disfrutado una barbaridad. La música es una mierda, la producción es brillante, las canciones son de vomitar, pero eso no es lo que importa. Aquí no se trata de música, se trata de un drama humano: ver cómo la gente suda tinta china».

Elementos del drama: «Todos nosotros somos machos dominantes, aunque Sting es el gallo del corral. Cuando era joven, tenía un problema con eso. Ahora que soy viejo, soy más sabio. Dentro del grupo, me limitaré a tocar la batería y me sentiré muy honrado».

«Durante toda una semana», sigue Copeland, «nos hemos peleado demasiado y la cosa ha terminado un poco pegajosa porque luego nos dábamos los abrazos típicos de los grupos». Y, sin embargo, «después de los ensayos me he dado cuenta de que soy incapaz de darle a Sting la batería que él quiere. Haré lo que pueda. Soy un músico de tercera, pero un huracán de primera».

Tocar la batería es la única manera que tiene Copeland de afilar su espíritu huracanado. «Lo mejor de dejar de ser una estrella del rock es la ropa que te puedes poner. Un día, a mitad de los años 90, estaba con mis colegas pasando el rato cuando caí en que era el único que llevaba pantalones de cuero. Pero, como ya no era una estrella, no los necesitaba, así que me compré toda una colección de ropa nueva, con camisas con cuello de botones y chinos de Ralph Lauren».


Emotividad a flor de piel

Después de asistir al primer ensayo del grupo en Vancouver, algún colaborador de la banda confesó que su sonido aún estaba verde. «Todavía nos queda mucho trabajo por hacer», reconoce Sting. «Pero ya hemos decidido algunas cosas... Yo llevo años haciendo versiones de muchas de estas canciones en mis conciertos, así que han evolucionado. Hay diferencias rítmicas y estructurales que yo he introducido y que no he compartido con mis compañeros. Y ellos han reaccionado un poco en plan '¿pero de qué vas?'. Ellos quieren hacerlas de la misma manera que en 1982, y yo les he respondido que lo que pretendo es que representen lo que somos ahora como músicos. Hemos mantenido una negociación sobre fórmulas para hacer que suenen a nuevas y para respetar al mismo tiempo lo que hacíamos entonces. La cosa está en marcha y pienso que eso es muy emocionante».

Sting parece haber descubierto el placer de entenderse con alguien. «La verdad es que nunca compusimos ninguna canción juntos; eso fue parte del problema. Yo escribía por mi cuenta y les presentaba a los otros un producto terminado. Cuando pones en marcha un grupo, los papeles de cada uno no están definidos, pero se van perfilando con bastante rapidez, lo que genera toda clase de maquinaciones y alianzas, cosa que plantea problemas. Yo canto y compongo canciones, Stewart es magnífico con la batería y Andy es magnífico con la guitarra. Dentro de estos papeles, podemos avanzar hacia delante. Pero, al principio, fue difícil».

El primer resultado de esa 'mesa de negociaciones' se vio en Los Angeles. «Nos jugábamos mucho. Salimos de gira [su única parada en España será el 27 de septiembre en Barcelona, casi un mes después de que arranque su 'tour' europeo en Estocolmo el 29 de agosto] y hay que demostrar que somos una banda. Antes de salir al escenario, llamé a Andy y a Stewart y les dije: 'mirad, vamos a hacerlo por los tres, tenemos que tocar por los tres, y también por Kim, nuestro 'manager' de giras, que murió, y por Ian, el hermano de Stewart, que también murió».

De pronto, a Sting se le saltan las lágrimas. Dice algo entre dientes; parecen balbuceos, palabras sueltas. Toma aire «¿Sabes? Esto lo hacemos por cada uno de los otros».

Será por esa emotividad a flor de piel que los teloneros de The Police durante su gira estadounidense serán Fiction Plane, cuyo cantante es el hijo de Sting, Joe. «Pensarás que es nepotismo», se anticipa el cantante, «pero Joe es consciente de que está asumiendo un riesgo muy alto».

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