En tiempos de depresión, nada mejor que liarse la manta a la cabeza, olvidar las penas y respetar al fútbol. Sí, incluso un equipo dirigido por Fabio Capello puede fabricar alguna vez el juego que se vio ayer en el Camp Nou. El Real Madrid, que no había jugado ni a las tabas en las 25 jornadas anteriores, decidió acordarse de su historia en la jornada 26 y en el escenario más insospechado. Aguantó el tipo en la primera parte, en la que mató al contragolpe, aún sufriendo en defensa, y por fin fue grande en la segunda, cuando, con un hombre más, sí se lanzó a por el partido con ambición, fe y dinamismo. Dejaron de aparecer los del torneo de solteros contra casados y resurgieron los jugadores del Real Madrid. Pero ese renacer madridista se estrelló ante el arte de Leo Messi, autor de tres goles, incordio permanente y rebelde hasta que consiguió el empate cuando el Madrid paladeaba la victoria. Se vivió un clásico enloquecido y descomunal, con muchos errores atrás, pero con pasión y fútbol abierto. Los dos porteros fueron grandes pese a encajar tres goles cada uno. La mejor prueba de que el gran espectáculo valió la pena.
Guti, torero.
Que partiera como suplente en Múnich debería suponer pena de cárcel para algún italiano amante del jamón. El 14 se apoderó del balón, se lo arrebató a los peloteros del Barça y hasta provocó los nervios de Xavi, un tipo tranquilo que se ganó una amarilla por una dura entrada al mejor de los madridistas. Forzó innumerables faltas y varias tarjetas. Cada contra que partía desde su zona de influencia provocaba un cortocircuito en la debilitada estructura defensiva azulgrana. Leyó perfectamente los desmarques de Higuaín y Van Nistelrooy y fue el hombre sobre el que Oleguer cometió el penalti del 1-2. Impresionante y descarado hasta en el saque de falta que llevó al tercer gol, el del cabezazo de Sergio Ramos. Acabó lesionado y saludando a los madridistas que disfrutaban en la grada. Su equipo pagó su ausencia al final.
Messi, 'crack'.
Estuvo en todas. Torres fue martirizado por la rapidez del argentino, que encaró con frecuencia, se marchó con reiteración y acertó con sus tres goles. En el primero resolvió con serenidad en un mano a mano ante Iker y en el segundo decidió con un latigazo tras rechace del portero. Abrió el campo, tiró de engaño para esconder el balón cada vez que le buscaron sus compañeros, se ató la pelota a la bota y se ganó el calificativo de enemigo público del madridismo. Se tomó un respiro en los malos momentos de su equipo y posibilitó que Torres pudiera respirar. Hasta que a última hora, agarró el balón, fabricó el enésimo sprint, arrancando casi en paralelo hacia la portería y perfilándose hasta que encontró el punto justo para su zurdazo. Logró el primer hat trick en el clásico desde Romario en el 5-0 de 1994.
Iker, otra vez.
Da igual que llueva o truene. Iker es un santo vestido de madridista. Cualquier día levitará. Ayer rechazó tres situaciones de mano a mano y hasta se marcó uno de sus lujos con una gran parada previa al gol de Messi. Era el madridista más temido y apareció sobre todo en los momentos de la primera parte con mayor agobio azulgrana. Tampoco se durmió cuando dominaron los suyos y un vuelo espectacular ante disparo de Márquez desde la Diagonal asombró incluso a la grada del Camp Nou.
Van Nistelrooy, activo.
Jugó su mejor partido, superando incluso el de sus cuatro goles en Pamplona. No sólo por su magnífico derechazo en el primer tanto y por el penalti transformado poco después. Se movió por todo el frente de ataque, se ofreció con desmarques continuos, ridiculizó a Oleguer y Thuram y se vació hasta que no pudo más. Valdés le robó con una mano milagrosa el hat trick que se había ganado con un intento de vaselina.
Eto'o, recuperado.
En medio de la locura de la primera parte, volvió a asomar su velocidad y su determinación. Arrancó desde la banda izquierda, encaró a Salgado sin miedo y recuperó parte de la frescura previa a su lesión. Erró en dos situaciones de uno contra uno, pero amenazó hasta que, por la expulsión de Oleguer, Rijkaard le sacrificó.
Higuaín, atrevido.
Se soltó cuando fabricó la asistencia de gol a Van Nistelrooy. Se asoció con el holandés y se movió para facilitar líneas de pase al mago Guti. Algún control fallido, faceta en la que debe mejorar, evitó mejores noticias para el Madrid, pero su atrevimiento le mantuvo en el campo cuando llegaron los cambios. Capello retiró a Raúl antes que a un argentino que crece.
Deco, revolucionado.
Corrió como un poseso, pero sin dirección. Estuvo más activo repartiendo estopa que fútbol. Su flojo partido condicionó a un Barcelona que acabó entregado. El portugués acabó en el banquillo. Xavi tampoco acompañó.
Valdés, amurallado.
Tras la exhibición de Casillas en la primera parte, decidió tomar cartas en el asunto y apareció en la reanudación para evitar el suicidio del Barça. Metió tres manos imposibles, sobre todo la primera a Van Nistelrooy. Está para suplente de Iker en la selección.
Ronaldinho, espeso.
No arrancó desde la banda, sino por el centro. Se le cerraron los caminos, apenas se ofreció y su presencia fue casi fantasmal hasta que provocó un posible penalti de Diarra.
