ALBERT MARTIN
BARCELONA.-
Los partidos de patio del colegio tienen un guión idéntico al que ayer disputaron los dos equipos presuntamente más grandes de España: que defiendan los tontos y se apañe el portero. El pésimo trabajo defensivo de Barcelona y Real Madrid explica en parte el tremendo espectáculo que vivió ayer el Camp Nou, pero pone bajo sospecha a las zagas de dos equipos que huelen a naftalina. El show comenzó en la pizarra de Frank Rijkaard: tres atrás y que sea lo que Dios quiera. La misma defensa que llegó a conceder hasta siete ocasiones de gol en la primera parte de Anfield tuvo premio y volvió a formar de inicio con Márquez por delante. Van Nistelrooy se frotaba las manos y las ocasiones le llegaron pronto.
Habían pasado sólo cinco minutos de juego cuando Thuram despejó mal en el centro del campo. Higuaín buscó la línea de fondo y centró raso, suave. Por fortuna para el Madrid, ahí volvía a estar el francés. Despeje nefasto, al centro, a la bota del ariete holandés. Fue el 0-1. El Barça, sin embargo, atacaba en tromba, y la pareja Gago-Diarra destruía mucho menos de lo que generaban los pequeños centrocampistas azulgrana. El que iba a pagar el pato era el más novato, Torres, que se empapó en los días previos del marcaje de Arbeloa a Messi pero no debió estudiar el desmarque en diagonal desde la banda al corazón del área. Eto'o lo vio el primero y le puso un balón de oro. Messi empató.
Thuram.
Oleguer, no obstante, estaba dispuesto a hacer bueno a Thuram. En una estúpida acción, regaló a Guti un penalti cuando el talentoso futbolista blanco ya sólo buscaba el suelo. Fue el 1-2. Tal vez conmovidos por la nefasta actuación azulgrana -Márquez hizo un partido catastrófico, llegando tarde en casi todos los cortes, repartiendo estopa y perdiendo todos los balones fáciles- decidieron ser compasivos.
La acción del 2-2 fue toda una demostración de Helguera, mal compenetrado toda la noche con Ramos, de cómo recular hasta la frontal del área pequeña sin ni siquiera buscar el balón. La acción de Eto'o y Ronaldinho acabó en balón suelto en el área blanca. Torres no estaba, Messi sí. La secuencia de horrores defensivos no terminó ahí. Oleguer, amonestado desde la acción del penalti, hizo al filo del descanso una dura e innecesaria entrada a Gago en la medular, y se ganó la roja.
En el segundo tiempo, Rijkaard apostó con candidez por situar a Iniesta de falso carrilero por la derecha. La autopista de aquel flanco fue impresionante. Si no hubo más goles fue por la enorme actuación de Valdés. El final estuvo a la altura: el Barça, roto, llegó a hacer hasta tres ocasiones entrando por el centro ante un Madrid que no parecía entrenado por Capello. En el 90 concedieron la cuarta, con la mala puntería de dársela a Messi. Hubo espectáculo en el 3-3; pero para la gente seria como Mourinho o Benítez debió ser algo sonrojante.
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