No había en los alrededores del Camp Nou repartidores de prozac, ni equipos de psicoterapeutas con peto azul para levantar el ánimo de los aficionados del ya ex campeón de Europa. Contrariamente a lo que se podría pensar por la situación de Barça y Real Madrid, el barrio de Les Corts mostró en los prolegómenos del partido su mejor cara: un gentío pisándose en la calle, un monumental atasco en las calzadas, y multitud de exaltados animando al Barça.
Faltaba una hora y ya se anticipaba lo que esperaba al atribulado equipo de Fabio Capello. Los bares hicieron el agosto -especialmente los de los Boixos Nois, gentes particularmente sedientas- y el optimismo desmedido se apoderó de los aledaños del estadio barcelonista. Las porras radiofónicas eran inequívocas, y casi parecía que lo que iba a jugarse era un set entre Roger Federer y Pato Clavet (en pista rápida).
En medio de la fiesta, los empleados del club se esforzaban por evitar la entrada de pancartas independentistas en el estadio: el anuncio de la Joventut Nacionalista de Catalunya (JNC) en la víspera, anunciando que iba a reactivar la campaña Catalonia is not Spain, aceleró las precauciones. Jordi Cuminal, secretario general de la organización, recordó «las embestidas del Gobierno español» contra el autogobierno catalán. Al final, la cosa quedó en un desangelado mensaje reivindicativo formado por 19 únicas pancartas, que no pudo leerse con nitidez a causa del viento.
Pero mucho más efectiva en el objetivo de caldear el ambiente se mostró TV3, que programó a la hora del partido y ante la imposibilidad de emitirlo, una película sobre las peripecias de dos baloncestistas callejeros llamados Billy y Sydney. Título del filme: Los blancos no la saben meter.
Tal vez influido por semejante propuesta televisiva, Frank Rijkaard echó leña al fuego y presentó una alineación con tres únicos defensas. Sus peloteros ejercieron de Globetrotters durante el calentamiento y, a diferencia del equipo blanco, se permitieron incluso hacer una demagógica piña que supuso la primera ovación de la noche.
El palco no podía escapar a semejante ambientazo y apareció repleto de personalidades, con una densidad similar a la de The Kop, en Liverpool, tal vez porque ambas directivas habían estrechado lazos horas antes en el mejor restaurante de la ciudad. José Montilla y Josep Lluís Carod-Rovira presidían la zona noble, pero no fue eso lo más exótico de la previa del partido.
Con los dos equipos ya sobre el césped, y casi 100.000 personas empleando sus pulmones en gritar, silbar y mostrar un mosaico azulgrana, el presidente del BBVA, Francisco González, hizo el saque de honor del partido para conmemorar el 150 aniversario de la entidad financiera. Tal vez por eso, la banca de los pronósticos saltó a nada de iniciarse el choque. Un blanco supo meterla y el Camp Nou rompió el estruendoso silencio que pueden generar 100.000 aficionados temerosos.
La locura era plena: en menos de 10 minutos Casillas se encontró en solitario con Eto'o y Messi. El segundo acertó, y pudo devolver la pasión a una grada que instantes después comenzó a maldecir al programador del canal autonómico catalán. Más uno contra uno con Casillas. Y más Messi. La caldera fue una locura, acababa de recuperar el gusto por el fútbol, los gritos y la taquicardia.
Las depresiones, definitivamente, son para el lunes.