Quizás el único guiño de relevancia fuera el breve apretón de manos que intercambiaron la delegación estadounidense, liderada por el consejero de la secretaria de Estado, David Satterfield, y el embajador de Washington en Bagdad, Zalmay Khalilzad, y sus homólogos iraníes, que comandaba el viceministro de Asuntos Extranjeros, Abbas Araghchi.

Khalilzad reconoció que había intercambiado opiniones «constructivas» con la delegación iraní y dijo que eran un «primer paso». «Las discusiones se limitaron a Irak y no quiero especular sobre ello», precisó. Estados Unidos no mantiene relaciones diplomáticas con Teherán desde 1980.

El diplomático pareció cambiar un ápice el tono que el discurso oficial de la Administración liderada por George Bush dedica siempre a Teherán y, lejos de recurrir a términos tan manidos como Eje del Mal o similares, prefirió decir que EEUU «busca que Irak esté en paz con sus vecinos y que sus vecinos estén en paz con Irak».

Sin embargo, y pese a la cordialidad, el representante de Irán no dejó de exigir que las tropas de EEUU se retiraran de Irak, aduciendo que impulsan un ciclo de violencia. «La presencia de fuerzas extranjeras no puede ayudar a la seguridad de Irak en el largo plazo», dijo Araghchi.

Khalilzad acusó a los vecinos de Irak -una clara referencia a Irán y Siria- de no hacer lo suficiente para ayudar en lo que calificó de «transición hacia la estabilidad y prosperidad» que supuestamente rige en el país árabe. Casi a renglón seguido rectificó su estimación de manera implícita al advertir que ningún país representado en esta mesa se beneficiará de la desintegración de Irak.

El primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, se refirió también a la tripleta cuando advirtió que Bagdad «no acepta que su territorio se convierta en terreno donde se diriman disputas regionales e internacionales». Washington ha acusado en las últimas semanas a Irán de armar a grupos insurgentes, incluso cuando los movimientos más activos son suníes y están radicalmente enfrentados a la creciente influencia de Teherán en el Gobierno iraquí.

Por su parte, la comisión iraní aprovechó para solicitar que fueran liberados los seis miembros de la delegación diplomática de su país en Erbil, que fue asaltada por soldados norteamericanos el 11 de enero. Pero Khalilzad se aferró a la tesis norteamericana, que acusa al grupo de promover ataques contra sus tropas y dijo que sus fuerzas «no mantienen detenido a ningún diplomático».

Al margen de esta mímica los propios participantes tuvieron que recurrir a la retórica más enrevesada para buscar resultados a la mini cumbre, que tendrá su continuación el 15 de abril en Estambul con la asistencia la secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice. Para el titular de Asuntos Extranjeros de Irak, Hoshyar Zebari, se trató de una conferencia «constructiva y positiva en su atmósfera y en la composición». Ali al-Dabagh, portavoz del Gobierno local, dijo que era «un paso muy importante hacia una nueva perspectiva para lidiar con el asunto iraquí». El analista político iraquí Hashim Hasan, manifestó a Efe que la cita no pasó de ser un «mero espectáculo propagandístico, porque las partes implicadas en las masacres no tienen una verdadera intención de hacer concesiones. Cualquier solución debe brotar dentro de Irak».

La capacidad de los congregados de influir en la miríada de grupos insurgentes que existen en Irak es dudosa, dado que el conflicto semeja haber desarrollado ya su propia dinámica. Movimientos suníes nacionalistas como el Frente Islámico de la Resistencia Iraquí (Jami) han expresado su resquemor precisamente ante la presencia de portavoces iraníes en la convocatoria. «Si queréis beneficiaros de vuestros errores, y no lo creemos, no tenéis que apoyaros en este Gobierno sectario. El único camino es encontrar una solución con los líderes de la resistencia y no con agentes y mercenarios», señalaba el Jami en un comunicado que difundió el lunes. El encuentro se realizó bajo espectaculares medidas de seguridad, aprovechando la presencia de los cerca de 90.000 soldados y policías iraquíes y de EEUU que participan en el enésimo plan de seguridad para controlar la capital.