Domingo, 11 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6293.
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 NUEVA ECONOMIA
OPINION
La guerra, la madre de los impuestos
FELIX BORNSTEIN

La música ligera le debe mucho a Pearl Harbor. También los impuestos. El clima patriótico que sigue a una agresión exterior o que acompaña a una intervención bélica en un país extranjero se enardece, a partes iguales, con las canciones populares y las contribuciones generalizadas que el Estado en armas exige a su población. En los meses siguientes al ataque japonés sobre Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), el compositor Irving Berlin alcanzó su máxima gloria con el tema I paid my income tax today (Hoy he pagado mi impuesto sobre la Renta). En ningún hogar norteamericano dejó de tararearse en el invierno de 1942 la estrofa más pegadiza de dicha canción, aquella de épica grandiosa que un imaginario hombre de la calle iniciaba así: «¿Ves esos bombarderos en el cielo? Rockefeller ayudó a construirlos y yo también».

Después del Día de la Infamia, la maquinaria de guerra norteamericana preparada para responder al desafío combinado de alemanes y japoneses tardó casi un año en reponerse y dar un giro decisivo favorable a sus intereses. Y lo hizo con el esfuerzo común de la ciudadanía, con la llamada a filas y el pago de tributos extraordinarios. El impuesto sobre las herencias alcanzó su mayor progresividad después de una larga época de vida anodina. Su tipo de gravamen, en la II Guerra Mundial, se situó en el 70% para las herencias superiores a 50 millones de dólares. Tampoco el Impuesto sobre la Renta le fue a la zaga.

Debido a las consecuencias del ardor guerrero, no resulta extraño que el impuesto sucesorio y el de la renta ya hubieran cobrado un gran eco durante la guerra civil norteamericana (1861-65), que aún se escuchó más según arreciaban los esfuerzos posteriores de reconstrucción del país. Este episodio debe relacionarse con la circunstancia, inédita para los contemporáneos, de que los combatientes de ambos bandos fueran en su integridad soldados comunes y no militares profesionales. También con el hecho de que las iniciativas fiscales partieran del Norte, de una economía industrial incompatible con la esclavitud (aunque luego los impuestos sirvieran para excluir del voto a la mayoría de la población negra, que no podía pagarlos por falta -¡cómo no!- de ingresos), frente a un Sur esclavista y agrario. También en otra fecha bélica, 1916, meses antes de la entrada de Estados Unidos en la I Guerra Mundial, ganó carácter permanente el impuesto federal sobre la herencia.

Después del 11-S, la máxima prioridad norteamericana es la guerra contra el terrorismo. Estados Unidos se la juega en Irak, donde no se puede decir que le vayan muy bien las cosas. Sin embargo, y como si fuera una negación de su historia reciente, los republicanos acompasaron la ocupación de Mesopotamia en el año 2003 con unas medidas fiscales sorprendentes: eliminación del impuesto sobre sucesiones, exención de los dividendos de empresas, privatización parcial de la seguridad social; mientras, aprobaban un presupuesto extraordinario de guerra por valor de 87.000 millones de dólares. Ahora, el presidente Bush ha ordenado el envío a Irak de otro ejército expedicionario de 21.500 hombres, cuya financiación correrá a cargo de los segmentos de poblaciones más necesitados, ya que se recortará el gasto destinado al Medicaid (el sistema de salud de los pobres) y al Medicare (el destinado para los mayores de 65 años). Este mes de marzo se tomará la decisión dentro del debate presupuestario. No se habla de una subida de los impuestos, aunque la situación en Irak sea crítica.

Hay un sabor acre de descomposición orgánica en todo esto. Los ciudadanos, junto con sus antiguas obligaciones hacia la leva militar y los impuestos, se han evaporado. Sólo los pobres, justo los que soportan los recortes del gasto social, ingresan en los ejércitos profesionales. La neoguerra de nuestro tiempo es una partida a dos, un juego que disputan el mercenario occidental y el hombre-bomba adiestrado para el suicidio yihadista. El público, mientras tanto, sólo vota y llena el depósito de su 4x4 familiar con la seguridad de que su tenencia y la del combustible que lo alimenta es un producto más de la cultura, de su cultura de la paz.

Félix Bornstein es abogado

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