Domingo, 11 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6293.
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EL PURGATORIO DE LOS LIBROS
Francisco Umbral escribe sobre sí mismo
MARTIN PRIETO

Amado siglo XX

Autor: Francisco Umbral. / Editorial Planeta, 2007.

Los siglos no comienzan ni acaban con el 0 y con el 1 (recurrente adivinanza) sino con movimientos telúricos que destripan las entrañas de la tierra, removidas por el terrible y gigantesco agricultor. Así, el siglo XX comenzó con los cañones de agosto de 1914 y terminó con la caída del muro de Berlín. Todo lo demás es fanfarria de calendario de pared. Fue un siglo breve y frenético con la Gran Guerra y la II Guerra Mundial. El auge del comunismo, el nacimiento y muerte del nazifascismo, la expansión de Asia, las descolonizaciones europeas, el descubrimiento de la penicilina y el alunizaje en nuestro satélite. España quedó muy al traspié de estos sucesos que, a cambio, nos compensaron con una tremebunda Guerra Civil y 40 años de pan rancio y alpargatas mentales. Francisco Umbral (Amado siglo XX, editorial Planeta) comprime su siglo en claves de infancia, en postales que incitan a leerlas en voz alta y en una profunda reflexión sobre la inevitabilidad de escribir contra sí mismo.

En Valladolid el autor perseguía por las calles a unos hombres extraños y de costumbres atrabiliarias que resultaban ser periodistas de El Norte de Castilla (Valladolid), y podía saltar a un almuerzo en palacio sentado junto al banquero Botín, y el tenor Plácido Domingo, ofreciéndole un panecillo a Letizia en una recepción muy animada en donde nadie había comido. Recuerda la frase de Isabel Preysler: «De la paella sólo se debe comer el arroz». Con Rafael Alberti se reclama nacido con el cine. «El cine es la mayor alucinación que ha padecido el hombre en la tierra pero también es el reflejo más realista que pueda darle su propia vida. Todos hemos aprendido mucho del cine pero lo hemos aprendido de otros hombres que nos imitan sin conocernos. Vivimos sin saber cómo somos hasta que nos vemos en una película». Como Francisco Umbral no padece el morbo del antiyanquismo, apostilla: «Las cinematografías europeas tienden a conseguir la obra maestra aislada como la de Muerte en Venecia, pero ninguna se propone contarnos la peripecia íntima y social histórica-real del país correspondiente. Por eso Europa nunca alcanzará la misma fuerza en su cine, mientras que el norteamericano, que ahora vive de las rentas y las repeticiones, llegará un día donde encontrará la fórmula para continuar siendo progresista en un país en el que también, entre otras muchas cosas, inventó el progreso».

Me bambolea en la memoria el libro de Hans S. Speidel, teniente general del Ejército alemán y segundo del mariscal Erwin Rommel. Durante las operaciones de Normandía, un silencioso hombrecillo le servía café en su búnker: era Ernst Jünger, quien, viajando por la Alemania de Adolf Hitler, anota que ha asistido de lejos a una masacre de prisioneros que fueron exterminados con cuchillos, pistolas, fusiles y otras armas. Del relato de Jünger se deduce que las víctimas presentaron una singular obediencia, y se dejaron torturar, matar y exterminar como si previamente hubieran establecido en sí, con celestial conformidad, que ése era su destino y no tenía sentido hacer un solo movimiento en contra. En esta breve descripción está comprendida no sólo la inexplicable crueldad humana, sino también la extraña complicidad que un hombre de genio establece con el crimen, la crueldad y la muerte.

Umbral siempre ha coqueteado con su presunta adscripción a la derecha, y tras las muy literarias Memoria de un niño de derechas hoy juguetea con un capítulo titulado: Mi largo viaje a la derecha. Creo que esto divierte mucho al autor, como aquél que juega a ser el hombre invisible. Me parece que «progre» es una invención umbraliana para zaherir a los modernos deshuesados sin que éstos ni siquiera lo advirtieran. Lo que sí es cierto y permanente su apego y defensa de Enrique Tierno Galván, moro muerto al que ahora dan punzantes lanzadas. Fue la suya una amistad estética en plena movida madrileña que fue y no fue. Pero, ¿cabe mayor desdén que llamar «Glez» a Felipe González? Prefiere a la Duquesa de Alba, a Dolores Ibarruri y, sobre todo, a Carmen Díez de Rivera. «Glez» hizo un socialismo para toda España, descubrió por fin la tierra imaginada y sustituyó los mitos por los sindicatos y las venganzas homéricas por venganzas financieras. Mejoró a los obreros y abrió los toriles de toda España para que cada uno pudiera matar a su minotauro. Así perdió «Glez» su última partida en la ruleta clamorosa de Cibeles.

Jean Paul Sartre escribió: «Lo que más me atrae hoy por hoy, en cuanto a la escritura, es escribir contra mí mismo». La cita traspasa toda la última obra de Francisco Umbral. Y añade: «No le veo más que dos salidas a la literatura. La salida que da al trapecio y la del suicidio. Me deleito en mi prosa esperando que llegue la página fundamental, única, sincera. Escribir es un bello oficio si se escribe así. Cuando se escribe por llenar folios se está moviendo la industria tipográfica pero nada más».

Espléndido libro entre el memorialismo y el ensayo en el que las líneas tersas y claras de Umbral aletean como mariposas en el vacío del estómago.

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