Domingo, 11 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6293.
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Nosotras, la nota de color
CARMEN RIGALT

En el II Encuentro con las mujeres africanas, la vicepresidenta ejerció de anfitriona

Esta vez no hubo ni bailes ni trajes regionales

Una de las estrellas fue Amina Lawal, a quien el cabreo internacional salvó de morir lapidada

Hagamos memoria. El I Encuentro con mujeres africanas se celebró en Mozambique y los españoles tuvimos noticia de él porque la vicepresidenta del Gobierno fue portada de los periódicos vistiendo trajes folclóricos de allá abajo. Era la nota de color. Para contrarrestar la densidad de información política están los horóscopos, las fotos de refresco, las entrevistas humanas (que ya huelen) y las notas de color. Aquí donde me tienen, yo también soy una nota de color. No pincho ni corto, pero alegro la jornada dominical de los lectores con algo de insolencia y unas cuantas pedorretas. (Cada vez lo tengo más difícil, todo hay que decirlo: desde que las teles se dedican a coleccionar menudillos de famosos, parezco una hermanita de la caridad).

Cuando ocurrió lo de Mozambique, María Teresa Fernández de la Vega ya había conseguido hacerse un hueco en las noticias gracias, no sólo a sus intensas jornadas laborales, sino a sus trapos. Los trapos eran, y siguen siendo, un tema recurrente y facilón. Cuando la oposición arremete, aparecen los modelitos de María Teresa Fernández de la Vega. Alejaré cualquier tentación de justificarla porque no veo ninguna necesidad. Yo misma disfruto con los trapos casi tanto como disfrutan Rajoy o Rubalcaba con un partido del Depor o del Real Madrid. Hacer políticas igualitarias no lleva a compartir las mismas aficiones. María Teresa es aficionada a la ropa, y además comprona, pero no se pule los gastos de representación en modelazos de Valentino o zapatos de Manolo Blahnik, como insinúan algunos hombres para erosionar su imagen pública. Y no sólo algunos hombres. En las filas del feminismo también hay brujas que se regodean machacando a sus congéneres.

Sigo. En esas andábamos cuando llegó el II Encuentro con las mujeres africanas. Fue días pasados en Madrid, con la vice ejerciendo de anfitriona. Esta vez no hubo ni bailes ni trajes regionales. Todo se desarrolló en un ambiente aséptico, con luces halógenas y atriles de diseño europeo. Había poca nota de color y los periódicos ofrecieron las noticias del encuentro en las secciones de sociedad o de local. El subconsciente también traiciona a los señores de los periódicos. Africa sigue siendo una postal, un sueño de literatura romántica, una página étnica, un capítulo de Robert Redford y Meryl Streep.

Eran tropecientas mil mujeres. Ilustres y menos ilustres, poderosas y menos poderosas, grandes, medianas y pequeñas. Desde la presidenta de Liberia (Ellen Johnson-Sirleaf) y la primera ministra de Mozambique (Luísa Dias Diogo), a la presidenta de la Fundación para el desarrollo (Graça Machel) y la premio Nobel de la Paz (Wangari Maathai). Pasando por vicepresidentas y viceprimeras ministras, presidentas de Asamblea, ministras y magistradas, secretarias de Estado, parlamentarias, consejeras de Estado, bla, bla. He aquí unos ejemplos: la ministra de Investigación Científica de Senegal (ironías del destino las hay en todas partes), la piloto Elisabeth Olotu (la primera mujer piloto de Africa, dicen), la realizadora de cine Beatriz Mugisawe, la galerista Rachel Kessi o la artista Konjit Seyoum, comisaria de su país (Etiopía) en la última Edición de ARCO.

Pero una de las estrellas del encuentro fue Amina Lawal, la mujer a quien el cabreo internacional salvó de morir lapidada y que hoy constituye todo un símbolo en la lucha por los derechos de las mujeres. Para los ojos de Amina, Occidente es inabarcable, inhóspito y confuso (puso unos ojos como platos cuando le dieron una tarjeta magnética para abrir la puerta de su habitación) con unas plantillas que no sirven para analizar la realidad de su país, pero que le han ayudado a levantar la mirada del suelo y conocer la dignidad, una palabra ausente de su vocabulario hasta hace nada.

En el II Encuentro ha participado también un buen puñado de mujeres españolas. Políticas de un lado y de otro, rectoras de universidad, embajadoras, técnicas en desarrollo y representantes de muchos colectivos. Gente como Amparo Valcarce, Ana Patricia Botín, Paca Sauquillo, Ana Pastor, Victoria Prego o Elena Arnedo. Por suerte, aquí sí hay consenso.


Noticia de un abandono

LECCIONES DE AUTOESTIMA. Una de las mujeres que más animaron el Encuentro -y no precisamente moviendo la cadera, aunque también hubiera podido hacerlo- fue Charity Kaluki, que contó su experiencia al frente del ministerio de Sanidad de Kenia. Ella ha conseguido arrebatar varios puntos al presupuesto de Defensa en favor de su ministerio, ofreciendo así sanidad gratuita a mujeres y niños.

A las africanas, el día de la mujer les pilló haciendo causa en España, pero España estaba distraída con las grescas callejeras y se enteró por encima. Para festejar la fecha, la Red puso en danza mensajes de autoestima con surtido de sonrisas y tópicos. El tópico es vaselina, y la vaselina ayuda a penetrar la realidad más impenetrable, así que di por válidos los mensajes. Uno de ellos recordaba las ventajas de ser mujer: no nos quedamos calvas, hacemos varias cosas a la vez, nos ceden el paso en los naufragios y dormimos con una amiga sin que nos tomen por lesbianas. Somos los primeros rehenes en ser liberados, tenemos un día internacional y siempre sabemos que nuestro hijo es nuestro. Si hacemos cosas de hombres somos pioneras. Pero si un hombre hace trabajos de mujer, es maricón.

Todavía hay mucha distancia entre lo que se dice en los foros y lo que se hace en la calle. Sonaban aún los ecos africanos del día de la mujer cuando apareció en televisión una noticia sobreimpresionada que decía tal que así: Gema Ruiz Cuadrado, abandonada por Rafael Leflet. Ni que Rafael Leflet fuera Einstein, pensé. Hay que cambiar el lenguaje porque con expresiones así no iremos a la vuelta de la esquina (ni solas ni acompañadas).

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