El día menos pensado, Pedro J. se levantará un lunes y, cuando le llegue la edición de Cataluña de EL MUNDO, me pondrá de patitas en la calle, y no le faltará del todo razón. Va a hacer 12 años que trabajo en la casa y no creo que tenga demasiadas quejas cuando me dedico exclusivamente a publicar o gestionar información, pero, en los últimos admito que parezco, cuando firmo artículos de opinión, empeñado en posicionarme contra la línea editorial del diario. En esta ocasión, sin embargo, no va a ser así. Al menos no del todo.
Que lo que el sábado hizo el PP es tan insólito como impresentable en una democracia occidental, era la respuesta previsible de los que, como el que suscribe se sitúan en la izquierda del arco político. Este fin de semana más que marzo de 2007 parecía más propio de enero o febrero de 1936 con una derecha furibunda y asilvestrada que no aceptaba los resultados electorales que le habían dado la victoria al Frente Popular. Sólo el propio debate interno en el seno de la derecha política, la sociológica y los poderes fácticos aplazaron seis meses el inevitable golpe de Estado del 18 de julio de 1936 que, al fracasar, inició la Guerra Civil Española.
El ejercicio de demagogia rayana en la ultraderecha protagonizado el sábado por Mariano Rajoy y los suyos, que en la mejor tradición del franquismo sociológico, se apropiaron tanto de símbolos nacionales, como la bandera -algunos en su paroxismo sustituyeron el aguilucho preconstitucional por el toro de Osborne, que ya empieza a asociarse al ultranacionalismo español-, como de algunos de los que la sociedad española en sus momentos más ejemplares creó para representar la voluntad de paz y el más absoluto rechazo a la violencia: el lazo azul, el mismo que, por primera vez en la historia, sustituyó en la portada de este periódico durante tres días al logotipo de EL MUNDO para, aquel domingo convertirse en un crespón negro.
El éxito de convocatoria del PP demostrado el sábado para oponerse a la política antiterrorista del Gobierno demuestra hasta qué punto los populares han sido capaces de convencer a una parte importante de la sociedad española de mentiras y manipulaciones flagrantes. El detonante de la manifestación del sábado fue la concesión del segundo grado penitenciario al etarra Juan Ignacio de Juana Chaos y su traslado a su domicilio de San Sebastián para acabar de cumplir la condena que el Supremo finalmente dejó en tres años por dos artículos de opinión en el diario Gara en régimen de arresto domiciliario, dado que ya ha cumplido la mitad de su condena.
El PP y sus corifeos han logrado convencer a buena parte de la sociedad española de que el Gobierno, y concretamente una de las bestias negras de los populares, el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha otorgado una serie de beneficios penitenciarios indecentes e incomprensibles para un reo de 25 asesinatos. Y, efectivamente, que De Juana, por mucha huelga de hambre de más de 100 días que haya realizado, recibiera esos beneficios penitenciarios si estuviera cumpliendo una pena por aquellos 25 asesinatos, sería indecente e impresentable. Pero es que De Juana está cumpliendo una condena injusta, impropia de un Estado de Derecho, por un delito de opinión, en el que se ha ignorado de manera obscena la libertad de información que asiste al resto de los españoles.
El sanguinario jefe del Comando Madrid de ETA cumplió 23 años de prisión por aquellos 25 asesinatos. Y, por inmoral que resulte la cifra de menos de un año de cárcel por crimen, lo cierto es que cumplió una ley que tanto el PP como el PSOE habían refrendado al no plantearse en ningún momento la reforma del Código Penal.
A Zapatero y al PSOE les faltó coraje hace un año y medio para dejar salir de la prisión a De Juana ante la capacidad de crispar a la sociedad del PP, y encargaron al fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, que inventara algún truco para mantener al etarra en la cárcel. La petición de 96 años de prisión por dos artículos en Gara era tan ridícula que la propia Fiscalía la rebajó a 12, la Audiencia Nacional a seis, y el Supremo a tres, por no dejar al presidente literalmente con el culo al aire.
Zapatero, una vez concluido su programa populista de izquierdas ha decepcionado a los que pensaban que realmente era el elegido para resolver el problema vasco. Su miedo a la capacidad de hacer ruido del PP le ha llevado a la más absoluta inmovilidad. Es como la mujer de Lot, convertida en estatua de sal por volver la vista atrás cuando abandonaba Sodoma. En el mismo tiempo, el hoy enloquecido Aznar había aproximado presos, entre ellos De Juana, que pasó de Ceuta a Madrid, se reunió con ETA en Suiza y tuvo el coraje de referirse al entorno abertzale como Movimiento de Liberación Nacional Vasco. La mujer de Lot ha dejado que los halcones de ETA apartaran a las palomas -Iosu Ternera o Arnaldo Otegi- y haya abocado al proceso de paz al fracaso. Lo ha hecho tan mal, que el aniversario del 11-M pasó ayer casi desaparcibido.
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