JULIO MIRAVALLS
El pasado miércoles se dio a conocer un Eurobarómetro de cuyo contenido escuché en Radio Nacional una primera referencia, que venía a decir que «los españoles son los europeos más atemorizados por el calentamiento global». Tal vez la frase no fue así, pero el verbo sí era ese: «atemorizados». Un hallazgo.
Pobrecitos mis compatriotas: cinco siglos atemorizados por la Inquisición; luego, amedrentados sucesivamente por los extremismos políticos, la represión franquista, el terrorismo, la crisis económica y la amenaza nuclear; y ahora, además, el cambio climático.
El 70% de los españoles se declara «muy preocupado» frente a una media europea del 50%. O sea, la campaña de intimidación funciona. Para un 63% de los españoles la producción y consumo de energía tiene «un gran impacto negativo», mientras que la media es del 44%. Los más próximos, los italianos, se quedan en el 48%.
El viernes, los miembros de la Unión Europea llegaron a un acuerdo «histórico» que les compromete a reducir un 20% las emisiones de CO2 e implantar un 20% de energías renovables... en 2020. Y ahí estaban todos los líderes, tan guapos, sacando pecho para futuras elecciones por el compromiso adquirido, que a saber a quiénes se les demandará dentro de 13 años. Tampoco se sabe aún a quiénes se afeará definitivamente en 2012 el incumplimiento de Kioto, que otros gobernantes pactaron en 1997.
Es magnífico fijar objetivos así (incluso más ambiciosos), pero es una falacia vendérselo a los electores como una hazaña política. La realidad es que no hay ningún plan de la UE ni de sus miembros, que han de organizarse cada uno por su cuenta. Europa tiene ahora oficialmente una política verde que está muy verde.
Hay que lanzar una nueva revolución industrial, pero la Comisión y los Estados carecen de competencias. La Europa liberalizada sólo puede marcar tendencias a base de impuestos, exenciones, subvenciones y prohibiciones. ¿Cómo convencerán a las empresas eléctricas para hacer inversiones masivas en eólicas y solares, que no pueden garantizar la demanda en cualquier momento determinado porque dependen del viento o de que sea de día? ¿Cómo contarán las nucleares? ¿Será obligatorio, como en Australia, tirar las bombillas incandescentes? ¿Qué fabricantes se lanzarán a construir los coches eléctricos y de biocombustible -y a qué precios- necesarios para renovar drásticamente la flota? ¿Cambiará la política agraria para sembrar hectáreas y más hectáreas para etanol? ¿Habrá agua para eso? ¿Se ha calculado el impacto a 13 años de los incrementos en emisión de CO2 por semejante relanzamiento industrial?
Europa ha tenido una idea, pero aún no tiene un proyecto. Así que más vale que los políticos se pongan a pensar planes tangibles y a explicar cómo van a hacerlo, antes de ponerse medallas. Y que los «atemorizados» ciudadanos no aplaquen sus conciencias con las buenas intenciones de quienes ya no les tendrán que rendir cuentas dentro de 13 años.
|