«En los sujetos torturados y las víctimas de terrorismo son comunes los mecanismos neurobiológicos del estrés, el haber sufrido situaciones en las que se ven en peligro de muerte o de grave amenaza a su integridad física, el estado de hiperactivación hormonal, la ansiedad, el insomnio, la impotencia, el terror...». Son palabras de Manuel Trujillo, director de la Unidad de Psiquiatría del hospital Bellevue de Nueva York y profesor en la Universidad de la ciudad.
Palabras que recuerdan que, en el caso del terrorismo, la repetición bien podría darse de forma vicaria, esto es, indirecta, aunque también lacerante. Casos como el de ETA resultarían paradigmáticos, pues garantizan que las víctimas revivan el horror con cada nuevo atentado.
El psiquiatra español, homenajeado hace apenas dos meses en las Naciones Unidas, conoce bien el tema: como hospital puntero, el Bellevue jugó un papel clave en la atención a las víctimas y familias afectadas por el 11 de septiembre. «El Departamento de Salud nos ha dado fondos para desarrollar un programa de atención a largo plazo, para quienes hicieron tareas de desescombro en la Zona Cero y que ahora aparecen en nuestras consultas con problemas respiratorios y de estrés».
Semejanzas
También seguimos prestando atención a niños y adolescentes que estuvieron en los colegios cercanos de la Zona Cero, o que pertenecen a familias afectadas». Leído desde España, las analogías con nuestro terrorismo doméstico asoman obvias.
Del atentado terrorista en Manhattan al psiquiatra español le queda un cúmulo de rostros acuciados y amistad planetaria: «Tengo miles de recuerdos: la ola de solidaridad entre los neoyorquinos, la devastación personal del estrés traumático para muchos pacientes, mi primera visita a la Zona Cero: aquel amasijo de hierros entre los que había miles fallecidos».
De nuevo el 11-M, paradigma de catástrofe moderna, esto es, de atentado ejecutado contra población civil, acompañado de gran mortandad y repetido en las televisiones, que pudieron seguirlo casi en directo, resuena en la prosa. Nos recuerda, tal y como hiciera el propio Trujillo en un artículo publicado en EL MUNDO en 2004, que durante los días que siguieron a la tragedia uno de cada dos madrileños sufrió, con diversos grados, los zarpazos del estrés postraumático, un vasto cuadro que va de la ansiedad a la depresión y que puede comprender irritabilidad, apatía o miedo...
En el Estado de la Gran Manzana viven, al menos, 300.000 personas que fueron torturadas en sus países de origen. Las guerras de ayer son un manadero de nuevos pacientes. En estos días la mayoría proviene del Africa occidental y Kosovo, pero también hubo oleadas en su momento de víctimas de Argentina, Chile o Timor.
Opina Trujillo que España, por su condición de puerta de entrada a la inmigración, pronto conocerá un problema paralelo al vivido en Estados Unidos: «Un número significativo de los inmigrantes que se reciben en España, procedentes de zonas donde los conflictos bélicos han sido endémicos. De no diagnosticarse tales patologías pueden cronificarse y empeorar. Creo que las necesidades de atención médica y psiquiátrica tras el 11-M han contribuido a familiarizar a médicos y clínicos con estas situaciones».
Confiado en la capacidad española para responder al reto, Manuel Trujillo se pierde en los pasillos del Bellevue, cuya Unidad de Psiquiatría fue votada por The New York Magazine como la segunda mejor de la ciudad.
La compleja terapia para los torturados
La medicina psiquiátrica ayuda poco en casos de tortura, menos aún en casos tan descarnados, desligada del entorno del sujeto: «Desde el principio incorporamos una filosofía integradora, esforzándonos por tratar simultánea e integradamente los problemas psiquiátricos y psicológicos de estos pacientes, y de proporcionarles los servicios sociales necesarios para su integración en la sociedad: acceso a vivienda, prestaciones sociales, rehabilitación laboral, aprendizaje del inglés», afirma Trujillo.
Una parte muy importante del programa consiste en ayudar a estos pacientes a resolver su situación como inmigrantes. Esto conlleva acudir a abogados y a desarrollar informes médicos que establezcan el derecho de nuestros pacientes a recibir asilo político», añade.
El esfuerzo cae de lleno en el hospital Bellevue, el más antiguo de Estados Unidos, que fundó su servicio de psiquiatría en 1736. Hoy alberga un departamento psiquiátrico de dimensiones colosales: 359 camas, tres hospitales de día y siete especialidades. Cada día el viejo hospital público ve 8.000 urgencias. El número de ingresos anuales supera los 4.000 pacientes y alcanza 200.000 visitas ambulatorias.