CARLOS BOYERO
Como medida de supervivencia me autoconvenzo al comienzo del partido entre el Barcelona y el Real Madrid de que no puedo esperar nada hermoso y de que la casi segura masacre que le espera al equipo de mi alma pueda servir para que todo cambie de una maldita vez, para que el acto de ver al Madrid desde hace demasiado tiempo pierda su condición de tortura. Al final de ese precioso combate tengo que frotarme los ojos para asegurarme de que lo que he visto es cierto, de que el Madrid se ha parecido al equipo que alguna vez nos enamoró.
Hay más razones para la alucinación, independientemente del juego. Como no estoy antenizado, veo La Sexta a través de Canal Satélite Digital, y percatándome de que uno de los narradores es Jorge Valdano, señor del que siempre me interesa lo que piensa, escribe y dice, decido no quitar el sonido, a cambio de algo tan ingrato para mí como tener que escuchar sus brillantes comentarios junto a los de los indescriptibles Andrés Montes y Julio Salinas. Y de repente percibo que además de oírlos a ellos también salen voces en euskera. Y me pregunto con pavor si los múltiples excesos con los que he castigado en anteriores épocas a mi organismo me están pasando ahora la factura con la aparición del temible delirium tremens. Suena el teléfono y una amigo que está en Málaga me cuenta que en su televisor salen voces en castellano y en catalán. El flipe dura los 13 o 14 minutos iniciales del partido y después se esfuma el euskera. No aparece nadie dando una explicación racional a este misterio tecnológico, por lo que no queda más remedio que plantearme si el Anticristo Zapatero es el sibilino y antipatriótico responsable de ese surrealista paralelismo de lenguas.
También me ha provocado sensaciones relacionadas con la inquietud y el miedo el reportaje en Cuatro 11- M Retrato de los asesinos. Jon Sistiaga bucea en los orígenes familiares, ambientales y religiosos de aquellos marroquíes que decidieron trasladarse por su propia mano desde un piso de Leganés a ese Paraíso de ríos de leche y miel en el que las huríes les van a mimar eternamente, después de enviar al cielo, al infierno o a la nada a 192 inocentes.
Hay padres que reniegan de la barbarie que cometieron su hijos, pero también indisimulada sensación colectiva y callejera de odio al infiel. La mezquita desde la que se hizo proselitismo guerrero entre los cachorros que intentaron montar el Apocalipsis en Madrid está construida sobre un vertedero y el tenebroso imán que la dirige dice cositas como «aquí va a correr la sangre, maldito cristiano». Todo huele a miseria, incultura y desocupación, material adecuado para la desesperación y el fundamentalismo. Me he pasado con el tópico. Creo recordar que la Alemania nazi era el país más alfabetizado de Europa.
|