BORJA HERMOSO
MALAGA.-
Premisa: hay una diferencia entre los pobres y los ricos. Los primeros creen que el dinero da la felicidad. Los segundos lo saben. Y, cuando un pobre se hace rico de golpe, como el concursante de la película Concursante, todas las fantasías están permitidas, incluso que un muerto cuente la historia, aunque esto ya no es muy novedoso (Billy Wilder lo hacía hace más de medio siglo). Pero, ay, las fantasías traen problemas y ser millonario sale caro. Además, ahí están los bancos, vampirizando a los pobres diablos del estado del bienestar.
Desde esa pista, despega el director Rodrigo Cortés para contar las aventuras y desventuras del pobre Martín Circo Martín (Leonardo Sbaraglia), un profesor de Historia de la Economía que se convierte en un onassis tras ganar el premio más generoso de la historia de los concursos de la tele. Más de tres millones de euros en premios materiales: casas, coches, motos, yates y demás golosinas.
Si el Festival de Málaga se ha convertido tradicionalmente en trampolín de directores primerizos, la presentación de Concursante, ayer en la sección oficial a concurso, hace pensar que, como poco, habrá que seguir los pasos de Cortés, un cineasta brillante y raro curtido en las filas del videoclip, el cortometraje (15 días recibió más de 50 premios por todo el mundo) y el cine en internet. Y no porque su ópera prima sea una obra redonda -que no lo es, ni siquiera es cuadrada, sino más bien polimórfica o amorfa- sino porque tiene prometedores fogonazos.
El único problema es que tanto fogonazo conduce a peligrosos manierismos. Está bien, y no deja de sorprender que el cine español sea capaz de parir cosas como ésta, tan arriesgadas que no parece cine español. Pero está mal -y mucho tendrá que pensar en ello Cortés- abusar de la virguería visual. Peor aún es confeccionar planos y secuencias cuya única misión parece ser un «fijaos, qué bien me sale esto», dejando en un segundo plano la eficacia y la vigencia del relato.
«Sí, en lo formal es una película muy osada, pero lo visual siempre está al servicio de la historia», explica el escritor y director de Concursante. Sin embargo, la mezcla de 35 milímetros, súper 8, cámara lenta, desestructuración del discurso, foto estática y distorsión colorista que conforma esa narración «epiléptica» de la que ayer hablaba el propio Cortés se antoja a menudo más bien cargante. Y el «despliegue actoral» protagonizado por Leonardo Sbaraglia (el entrecomillado también es del director) tiende al abuso histriónico, y no por culpa de Sbaraglia. En esta película, demasiados personajes suenan a comparsa. Hasta la presencia de Chete Lera, siempre solvente, se diluye.
La crítica de la dictadura del dinero siempre procede; tanto como el propio dinero. Y hablando de eso: dos milloncetes de euros bastaron para que Cortés llevara a buen puerto este zambombazo contra bancos y banqueros. «No he querido hacer una película antisistema, sino una parodia cruel, satírica y despiadada de un mundo en el que las reglas están amañadas». ¡Hipotecados del mundo, uníos!
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