Leo Messi está cambiando. A ojos del gran público, las diferencias quizá sean ínfimas. Sigue siendo ese chaval poco dado al verbo y a las sonrisas; ese futbolista en miniatura capaz de correr eslálones con la pelota pegada a los pies. Los más allegados al argentino, en cambio, hace semanas que hablan de un evidente cambio en la personalidad del argentino. «Ha madurado», insisten. No es que La Pulga, apodo que no le gusta ni un pelo, se digne a hacerle bromas a sus grandes amigos y mentores, Ronaldinho y Deco, éste último uno de sus grandes ídolos futbolísticos. Pero ya comienza a superar los desórdenes propios de la adolescencia. Si algo perdía a Messi sobre el césped era querer hacerlo todo rápido y bien. «A veces le ha faltado paciencia», confiesan desde su entorno, recordando la desesperación y las lágrimas que acompañaron a sus dos graves lesiones en el Barcelona. Messi ve clara su evolución. «El sábado estuve más tranquilo que en otros partidos. Cuando tocaba correr, pensaba. No iba tan alocado como otras veces». El argentino inauguró el sábado un nuevo ciclo en su vida. A sus 19 años.
El Camp Nou asistió a la ceremonia de confirmación de Lionel Andrés Messi. Los nervios no le torturaron en el que era su debut en un clásico en el Camp Nou. Simplemente supo aguardar su oportunidad, aprovechó que Fabio Capello le había hecho cargar el muerto al joven canterano Torres, sin dobles o triples marcas de por medio, y rescató al Barcelona con tres goles. El último, del todo espectacular, lo logró en el minuto 90. Motivo suficiente para alimentar la leyenda de los Barça-Madrid.
De hecho, desde que Romario destrozara a Alkorta con su famosa cola de vaca y firmara un hat trick en el clásico del 5-0 de la temporada 93-94, ningún jugador del Barcelona había sido capaz de igualar semejante hazaña. Messi homenajeó así a uno de sus tíos, que la pasada semana perdió a su padre. Al 19 del Barça le costó horrores dormirse tras el partido. Nunca antes el Camp Nou había gritado con tanta pasión su nombre, y esas cosas marcan incluso a un chico que con siete años se acostumbró a firmar autógrafos en Newell's Old Boys. Lo que no tiene visos de cambiar es su modestia pública. En la comparecencia ante los medios efectuada después del entrenamiento matutino azulgrana, sesión de la que se ausentaron dos buenos aficionados del gimnasio (Deco y Ronaldinho), Messi se mostró sereno y cauto ante la ola de elogios.
Un informador lo comparó con Diego Armando Maradona, símil que le ha acompañado durante toda su carrera deportiva. En el diario argentino Olé, por ejemplo, titulaban ayer la crónica de esta guisa: «Un Maradonita». Messi dribló una vez más la cuestión: «Siempre quiero seguir aprendiendo y ayer [por el sábado] tuve la suerte de hacer los tres goles. Soy parte del equipo, y sin él no haría goles». Poco le importa que El Diego se haya hartado los últimos tiempos de masajearle. «He visto al jugador que heredará mi lugar en el fútbol argentino, y su nombre es Messi», dijo el astro en una entrevista a la BBC poco después de presenciar la que hasta la fecha había sido la mejor exhibición de La Pulga. El 22 de febrero de 2006 puso patas arribas Stamford Bridge y José Mourinho, lejos de aplaudirle, le acusó de teatrero por provocar la expulsión de Del Horno.
El portugués ha sido de los pocos que ha negado la valía de Messi. Karl-Heinz Rummenige, histórico ariete del Bayern, tiene pocas dudas: «Nadie fue tan maravilloso con 19 años como Messi. Ni Pelé ni Maradona». Una sentencia que poca gracia le hace al seleccionador español, Luis Aragonés, que considera la comparación con Maradona poco menos que un insulto. «Pelé fue el único que se le acercó un poquito [a Maradona]. Messi me puede amagar, hacer la bicicleta, pero el balón no engaña nunca. Él encara. Hay que mirarle el balón, y punto. Garrincha driblaba siempre para un solo lado, y pasaba. ¿Y por qué? Nadie miraba el balón».
Quién sabe si el técnico del Real Madrid, Fabio Capello, le dio consejos parecidos a su marcador el sábado, Miguel Torres. Sorprende que el sexagenario técnico madridista dejara tan suelto a su Diavolo y no ideara un sistema de ayudas para frenar a un futbolista del que se enamoró en el trofeo Joan Gamper del verano de 2005 cuando entrenaba a la Juventus. «Apenas lo vi jugar sentí un golpe de electricidad», dijo entonces Capello, que le gritó a Rijkaard desde el banquillo que se lo vendiera.
Desde aquel verano, la trayectoria de Messi ha sufrido constantes altos y bajos. La temporada pasada, una lesión en el bíceps femoral le apartó varios meses del equipo y le privó de disputar la final de la Champions. El pasado 12 de noviembre, cuando parecía reencontrarse, se rompía el quinto metatarsiano de su pie izquierdo. Tres meses de baja. «Necesitaba mucho este partido porque llegaba de una lesión y no me venía encontrando bien», confesó Messi, que se congratuló de su reencuentro con la portería. «Antes me faltaba ese último pase. El tema del gol era mi cuenta pendiente. Tenía ocasiones, pero no me acompañaba la suerte». La fortuna ahora está de su parte.