VICENTE SALANER
Las convincentes actuaciones del Winterthur Barcelona y del Alta Gestión Fuenlabrada durante este fin de semana pueden servir, además de para aupar a ambos equipos en la clasificación de la ACB, para un par de reflexiones pseudofilosóficas sobre el poder y la endeblez de la memoria.
En primer lugar, el subidón de juego del Barça de Dusko Ivanovic, el sargento de hierro, incluida su conquista de la Copa, ha borrado de las mentes, pero no de las hemerotecas, los blogs y demás formas de archivo, aquellas sentencias tronantes que hace no tanto tiempo se lanzaban al ciberespacio o a la letra de molde. Cosasa como: «Ivanovic debería recapacitar, abandonar ese posado de coronel, esa actitud tan dictatorial ante sus jugadores, y comprender que un poquito más de comprensión, de persuasión, en definitiva un poco más de cariño hacia sus jugadores, podría ser suficiente para que éstos mostraran su mejor juego».
Un año de éstos vamos a dejar de cuestionar el carácter, la capacitación y hasta el historial de un técnico al cabo de dos meses de temporada... O eso esperamos. (En vano, sin duda).
Lo de la memoria y el olvido también viene a cuento en el caso de Saúl Blanco, el joven (21 años) escolta asturiano que atrajo brevemente la atención cuando logró algunos mates escalofriantes hace año y medio en el concurso celebrado dentro del Showtime, aunque al final fue superado por Mickaël Gélabale. Luego pasó al olvido, o casi, en las filas del Fuenlabrada. Su entrenador, Luis Casimiro, le utilizó con mucha parsimonia, argumentando que debía demostrar en la cancha sus progresos técnicos, que el propio Casimiro definía la temporada pasada como «terribles». Pero entre la inexperiencia y algunas lesiones, entre la 2005-06 y ésta se ha perdido 12 partidos, y este año promedia sólo 13 minutos y 5 puntos por encuentro.
Sin embargo, su estallido de ayer -apenas regresado de una artroscopia de rodilla- debería refrescar la memoria de todos y relanzar a Blanco hacia un futuro que uno intuye como, potencialmente, tan brillante como el de Rudy Fernández. Sí, hasta ayer había anotado ¡un triple! en toda la temporada, pero las mejoras en su mecánica de tiro -irreprochable-, en su manejo del balón, en su confianza, en su entrega y en su comprensión del juego colectivo son incuestionables. Ya no es sólo un saltarín prometedor. Es un jugador de baloncesto impresionante, y esperamos que lo confirme si, al fin, empieza a tener minutos con continuidad.
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