Lunes, 12 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6294.
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 ESPAÑA
ANTE EL TERRORISMO / Tercer aniversario del 11-M
La verdad blanca y azul del 11-M
La frialdad del vidrio exterior se convierte en luz cálida en el interior
LUCIA MÉNDEZ

MADRID.- En una esquina del vestíbulo de la estación de Atocha, allí donde todo el mundo camina deprisa como si fuera a perder el tren, se ha abierto un espacio de luz blanca y azul donde no se oye el ruido exterior. Todos los que entran en la habitación azul con vistas al cielo de cristal únicamente se escuchan a sí mismos mirando hacia arriba. Allí está el 11-M de verdad, el 11-M de la pena, el 11-M del dolor, el 11-M de la solidaridad, el 11-M de todos los idiomas, el 11-M de las lágrimas, el 11-M de la gente, de los madrileños y de los españoles. Allí ha quedado atrapado lo más limpio y lo más puro del 11-M. Allí están reproducidos, en una lámina transparente, los mensajes que personas de todo el mundo dejaron anónimamente en los escenarios de la tragedia: Atocha, Santa Eugenia, El Pozo y Téllez.

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«Hace falta mucha fantasía para soportar la realidad». «Mañana saldré de casa como lo hacías tú para continuar tu viaje, para demostrar que no conseguirán lo que quieren». El visitante se para un poco a pensar qué es lo que está viendo. Tiene que hacer un esfuerzo por leer cuando los rayos del sol le ciegan al colarse a través del vidrio que envuelve el monumento.

La frialdad del monumento de vidrio exterior, que se alza enfrente de la estación del AVE como un extraño cilindro en mitad de la isla de asfalto, se acaba al traspasar la primera puerta hacia la habitación azul. El visitante deja atrás el ruido de la estación y accede a un primer espacio con una pared transparente donde están escritos los nombres de las 192 personas muertas. Nombres y apellidos como los nuestros, escritos todos seguidos, sin comas ni puntos, confundiéndose los unos con los otros.

La puerta se abre y el visitante entra en una sala de casi 500 metros que parece más pequeña porque es irregular. Todo es azul, el suelo y las paredes. El visitante mira con curiosidad porque el lugar es tan simple que cuesta descubrir dónde está el homenaje. A cinco o seis pasos se abre una cúpula transparente como de teflón. El visitante empieza a leer en círculo las leyendas de solidaridad. «Madrid no os olvida». «¿Cómo es posible?». En español, inglés, francés, italiano, árabe, euskara, catalán... «Todo este dolor no será en vano». «Ahora hay un vacío, hay un silencio». «Nosotros seremos vuestra voz».

El visitante tiene que dejar de mirar hacia arriba porque le duele la cabeza, los rayos del sol le ciegan los ojos y el recuerdo de aquel día le encoge el corazón. «Todo esto da mucha pena», dice la señora. Pero después sigue leyendo. «Por todos vosotros, para todos vosotros». «Desde que os fuisteis, no ha parado de llover». «Me gustaría que no hubiera ocurrido esto, ahora lo que espero es que no se nos olvide».

En este espacio de luz blanca y azul no hay lugar para el odio, ni para las pancartas políticas, ni para los gritos, ni para las ansias de revancha. No hay lugar para las discusiones, ni para el cruce de acusaciones, ni se lanzan dardos de «¿quién ha sido?» o «queremos saber la verdad». Aquí sólo hay lugar para el dolor.

Tres años han pasado de aquello y la gente sigue yendo, una y otra vez, a los escenarios de la tragedia. Ayer el monumento a las víctimas inaugurado por los Reyes fue visitado por miles de personas.

Los jóvenes arquitectos que han diseñado el mausoleo de las víctimas supieron desde el principio que lo más grandioso del 11-M fue el comportamiento de la gente. Tres años después, en un Madrid convertido en el escenario donde confluyen todas las pasiones y en la calle de todas las manifestaciones, existe desde ayer un mausoleo de cristal por fuera y de luz por dentro para recordar a los muertos del 11-M «y a todas las víctimas del terrorismo», según dice detrás de la primera puerta que deja atrás el ruido de la estación.

Cuando tengan un momento libre, los cargos políticos elegidos para representar a los ciudadanos podrían pasarse por allí y pararse un momento debajo de la cúpula transparente para escucharse a sí mismos, pero sobre todo para leer todos y cada uno de los mensajes reproducidos en la finísima lámina de teflón. Sobre sus cabezas, iluminada a ratos por la cegadora luz del sol de marzo, descubrirán la mayor verdad del 11-M. La verdad que no depende del resultado de unas elecciones. «Por todos vosotros, para todos vosotros».

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