Lunes, 12 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6294.
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Así son los 'okupas' madrileños
Este «movimiento autónomo» surgió en Madrid en los ochenta, y en la actualidad lo forman más de 300 personas de distintas sensibilidades. Tiene un carácter grupal y suele gozar de la aceptación vecinal. El último local 'tomado' ha sido el antiguo Salón de Bodas Milano, en Alto Extremadura
LUIGI BENEDICTO BORGES

El movimiento okupa es noticia últimamente: por los graves altercados en Barcelona, por los disturbios en Copenhague, y por el desalojo a finales de febrero de un poblado medieval en El Escorial. Y es que en Madrid, los okupas también trabajan intensamente. Aunque la mayor parte de veces, de manera oculta y silenciosa. Entrar en su mundo no es tan complicado como podía parecer en 1985, cuando se tomó la primera casa en Madrid, en la calle de Amparo, 83. Ahora sólo hace falta iniciativa, ganas de oponerse a la política urbanística, capacidad para delegar y hacer propias las palabras «autogestión» y «asamblea».

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Según varias fuentes, en Madrid hay actualmente más de 300 personas que se dedican intensamente a este «modo de vida». Los okupas se oponen a cualquier especulación inmobiliaria y promueven la reutilización de espacios vacíos. Todas sus actividades se basan en la ausencia de jerarquía y en la organización horizontal. Cualquier cargo, incluso el de portavoz ante los medios, pasa de un miembro a otro de manera temporal. Es el caso, por ejemplo, de la plataforma Rompamos el silencio, que en junio de 2006 convirtieron el interior del antiguo cine Bogart de la calle de Cedaceros, en la sede de su semana de «lucha social». Durante el tiempo que duró su protesta, la portavocía de la plataforma fue desempeñada por siete personas.

«En Madrid el movimiento no es muy grande, pero sí muy activo. La gente de los distintos grupos suelen conocerse y colaborar entre sí», explica Jorge, guitarrista del grupo de música Ultima Esperanza, cuyos componentes han actuado más de una vez en diversas casas okupadas. La música es una de las fuentes de financiación de quienes toman las casas. Organizan conciertos donde se recauda dinero mediante las entradas o las consumiciones. Una vez «están montadas», las casas okupadas también se ofrecen para celebrar distintas actividades solidarias y culturales, como talleres de malabares o representaciones teatrales. Estas últimas suelen ser, por regla general, gratuitas.

En este aspecto, el Centro Social La Casika, situado en Móstoles, destaca sobremanera en el panorama okupa madrileño, convertido en todo un referente en la zona sur de la Comunidad. La vivienda, una casa rural con un pequeño solar, fue tomada en diciembre de 1997 por un grupo de jóvenes adscritos al movimiento.

La Casika es muy conocida por los conciertos que se celebran en ella, lo que ha provocado que sus habitantes (desde anarquistas a ecologistas) hayan llegado a varios acuerdos con los vecinos para que la música deje de sonar a medianoche, sea el día que sea. También destacan sus proyecciones de cine y documentales.

Otro lugar destacado es el Centro Social Seco, en el barrio de Adelfas del distrito Retiro. En 1991, las asociaciones vecinales, que prefieren llamar al barrio Las Californias, se habían cansado de exigir una Casa de la Juventud, pero la Administración se la concedió a una empresa privada. Por esta razón, el Kolectivo Adelfas Joven (KAJ) hizo suyo el antiguo colegio Juventud, en la calle de Seco número 39. Nacía así el Centro Social Seco, que no tardó en convertirse en una casa okupada «diferente». Para empezar, el dueño del inmueble decidió no desalojarlos porque aprobaba sus actividades.

Posteriormente, cuando el colegio estaba a punto de ser abandonado, los okupas hicieron frente común con los vecinos para luchar contra la degradación del barrio. Fue entonces cuando se volvieron a celebrar las olvidadas fiestas de San Juan en el distrito, se fundó un periódico trimestral y gratuito y se creó el Festival de Cine Social de Las Californias.

La luna de miel entre los vecinos y los okupas llegó al súmmum el pasado 3 de marzo. Ese día, gente de todas las edades formó parte de la denominada Mudanza Rosa en honor a la mascota del Centro Social, la Pantera Rosa. Se celebraba la inauguración de la nueva sede del centro social, un local en la calle de Arregui y Aruej de 415 metros cuadrados, cedido por la Empresa Municipal de la Vivienda y el Suelo.

No obstante, los logros del Centro Social Seco no son del agrado de otros okupas. No fue bien visto que el Ayuntamiento de Madrid reconociera el valor de las actividades desempeñadas por los colectivos y las asociaciones de Seco. Tampoco el hecho de que los dirigentes actuales del centro social reconozcan que la primera okupación falló por «la falta de autocrítica de los colectivos», que la llevaron a cabo porque usaron «determinados lenguajes, consignas e identidades colectivas excesivamente autoreferenciales que impedían una comunicación fluida con su entorno social». Pero lo que peor sentó fue que los integrantes del centro social se tomaran el poder de decidir quién okupa y quién no okupa las casas deshabitadas del barrio, llegando a promover el desalojo de algunas viviendas tomadas por okupas no afines.

Según quienes conocen internamente este movimiento «autónomo», ese es el gran mal del mismo: las diferencias entre los militantes son tantas que rara vez se puede crear un proyecto conjunto a medio o largo plazo. Se consigue que locales como el Centro Social Minuesa actúen como base informal, y que la Fundación Aurora Intermitente lo haga como la sede legal. Pero poco más. Los okupas siguen organizándose como en los ochenta, cuando llegó a existir la Asamblea de Okupas de Madrid (1986-1987). Predominan las estructuras difusas frente a las organizaciones de estructuras estables con asambleas regulares.

Pese a todo, existen más de una decena de edificios okupados en el municipio de Madrid. Si se toman casas para vivir, se intenta hacer sigilosamente, sin la mínima publicidad. Pero cuando se trata de un lugar conocido, o de un edificio que puede servir para nuevas actividades, suelen intentar que la noticia de su okupación llegue al mayor número de gente posible. Para ello utilizan Internet y publicaciones de corte alternativo. Nunca se ponen en contacto con los medios de comunicación convencionales, a los que desprecian por «burgueses».

En los últimos meses, los okupas madrileños suelen acudir a La Alarma, una antigua fábrica abandonada en Embajadores, con un gran garaje para celebrar conciertos; a El Pelícano (en Opañel) y a El Cabo (en Estrecho). El pasado jueves, un grupo de activistas «anticapitalistas» okuparon el antiguo Salón de Bodas Milano, en la calle de Huerta de Casteñeda, 4, junto al Metro Alto Extremadura. Su intención es convertir el lugar en «un espacio político y social al servicio de los vecinos» en homenaje «a los que luchan contra la especulación inmobiliaria» y «a las mujeres feministas», ya que ese era el Día de la Mujer Trabajadora.

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