Chirac es el último líder mundial que conoció la II Guerra Mundial. Para un niño de menos de 10 años fue una experiencia que deja huella ver cómo se deshacía el Estado francés ante el empuje de los invasores nazis, las carreteras llenas de familias, como la suya, en desbandada, la penuria.

Chirac es el último dirigente occidental que combatió en una guerra. Sirvió como subteniente durante 14 meses en Argelia y sus compañeros de armas recuerdan su arrojo, su familiaridad con sus subordinados... y que estaba a favor del Gobierno socialista y de la «Argelia francesa».

Chirac es el último hombre público francés que vivió el Mayo del 68. Como secretario de Empleo en el Gobierno que encabezaba Pompidou fue el contacto con el poderoso sindicato comunista CGT. Con el sobrenombre de Walter se reunió en secreto con el número tres de esta organización -al menos una vez con un revólver en el bolsillo- y tejió el acuerdo que apartaría al mundo sindical de la protesta estudiantil.

Una vida política tan larga le ha dado para defender un laborismo a la francesa en los 70, el liberalismo a la moda Thatcher en la siguiente década y ser elegido presidente tras denunciar «la fractura social» en 1995. Inmediatamente se olvidó de ello e hizo una política de rigor para ajustar la economía francesa a los criterios de Maastricht.

Volátil en el terreno de las ideas, fiel sólo con los de su clan. Siempre tuvo a su lado a Alain Juppé, el primero de los cuatro jefes de Gobierno de sus dos mandatos. El fracaso de éste frente a la calle arruinó las intenciones reformadoras de Chirac. Quedó a expensas de un diplomático ambicioso, Dominique de Villepin, un fontanero ilustrado del Elíseo al que hizo ministro y luego primer ministro con la evidente intención de formarlo como sucesor. Juntos conocieron la gloria de ser referentes mundiales del No a la Guerra de Irak y el desprestigio de la rebelión de las barriadas pobladas por inmigrantes.

Con todos los demás fue implacable. Fueran del mismo campo gaullista (Chaban Delmas), aliados liberales (Válery Giscard d'Estaing), rivales socialistas (Lionel Jospin) o enemigos, como el ultraderechista Jean-Marie Le Pen. Su gatillo acabó con todos. Siempre jugador de corto plazo, nunca dejó medrar a un delfín. El mejor de todos ellos, Philippe Séguin, se fue amargado tras haber sido uno de sus partidarios más sólidos. Sólo Sarkozy ha conseguido sobrevivir, pero hará bien en cuidar su espalda de aquí al 22 de abril, fecha de la primera vuelta de las elecciones presidenciales.