No hubo sorpresas ni podía haberlas. Jacques Chirac renuncia a presentarse a los comicios presidenciales del 22 de abril. Con el recurso de un solemne mensaje televisado a la nación se despidió anoche de la carrera política y prometió que servirá a la nación «apasionadamente», «comprometidamente» y «de otra manera».
Fueron 10 minutos. Diez minutos de paternalismo, de europeísmo y de patriotismo que no permitieron conocer las preferencias de Chirac respecto a los candidatos en juego. Dijo que se pronunciará más adelante, aunque aprovechó la ocasión del discurso nocturno para trazar un balance autocomplaciente y benévolo de sus 12 años en el trono del Elíseo.
El jefe del Estado está orgulloso de sus contribuciones. Habló de la conquista del laicismo, de las reformas emprendidas bajo su mandato, de la divinidad que han encontrado los pensionistas, del retroceso de la delincuencia, del crecimiento del empleo. Un enfoque indulgente y optimista que se explica porque Chirac tenía derecho a los últimos 10 minutos de propaganda personal y porque el testamento político desgajado ayer contenía algunas cláusulas a beneficio del porvenir.
El presidente saliente, en efecto, advirtió de los riesgos que entrañan el extremismo, el racismo, el choque de civilizaciones, el liberalismo sin freno y, en particular, los nacionalismos europeos: «Han hecho tanto daño a nuestro continente que pueden renacer en cualquier momento». Para conjurar semejantes riesgos, Chirac pidió anoche a sus compatriotas fe y compromiso en el proyecto de la UE. También dijo, a título enfático, que la conciencia ecológica y el respeto medioambiental iban a convertirse en las claves inmediatas para el futuro de la Humanidad.
No va resultarle fácil a Chirac hacer las maletas. El presidente francés llevaba 12 años instalado en el Elíseo como éxtasis cenital de una trayectoria política que se remonta a su primer cargo de ministro (1967) y que requería «naturalmente» la conveniencia de una retirada. Es éste el adverbio favorito de Chirac, aunque el jefe del Estado está obligado a conjugarlo con la jubilación.
La pujanza de Nicolas Sarkozy en las filas conservadoras dejaba fuera de juego su hipotética candidatura, como también lo hacían sus años (74), sus últimos achaques de salud, su evidente desgaste político y el desencanto ciudadano. Nunca un presidente ha tenido tanto impulso plebiscitario -le votó el 82% de los franceses como repuesta obligada a Le Pen en 2002- ni se ha deteriorado de semejante manera delante de sus propios compatriotas.
Nunca, tampoco, un jefe de Estado francés había perdurado tres mandatos consecutivos. Si hubiera sucedido ahora, Chirac habría gobernado más años que el mismísimo Napoleón. Proezas de la Historia y de la ambición que desafinan con la lógica contemporánea y que anoche se desinflaron «naturalmente» en el discurso de los adioses del presidente: «Francia no es un país como los otros y tiene la responsabilidad de defender la tolerancia, el diálogo y el respeto entre los hombres y las culturas».
La sentencia es una de las más relevantes que escucharon los espectadores en la televisión pública. Chirac se mostraba menos acartonado que de costumbre y transmitía cálidamente la debilidad de su posición política: «He puesto todo mi corazón y toda mi energía al servicio de Francia y de la paz, que es el compromiso de toda mi vida», afirmó, emocionado y solemne, con los síntomas de un balance personal.
No, no quiso mostrar anoche el presidente las pinceladas de su autorretrato político. Tampoco era el momento de recordar su ambición, su arrogancia, su poderío escénico, su retórica efectista, su compulsión maquiavélica y su capacidad para exterminar a los rivales políticos que se cruzan en su camino.
Es una victoria crepuscular del actual ministro del Interior Nicolas Sarkozy, llamado a sucederle en la tronera del Elíseo, si el presidente saliente no emula la misma jugada que le hizo a Válery Giscard d'Estaing en los comicios de 1981. Se suponía que Chirac iba a apoyarlo en la segunda ronda por razones de sintonía ideológica, pero finalmente recomendó entre sus militantes el voto a... ¡François Mitterrand! La Esfinge se retiró de la política agonizante y místico. Chirac lo hace con humanidad y bonhomía. Cualidades de un coloso que pasará a la Historia por la simpatía, la gigantesca deuda económica, la corpulencia diplomática, la ineficacia doméstica, la radicalización de la ruptura fiscal, el rechazo a la Guerra de Irak y el ejercicio del poder como afrodisíaco absoluto.
No era anoche el momento de pedirle las cuentas. Todos los aspirantes a la sucesión -Sarkozy, Ségolène Royal, François Bayrou- y todos sus enemigos políticos -Lionel Jospin incluido- se ciñeron a un homenaje corporativo y coyuntural. Es la hora de un cambio de guardia en el Elíseo.