R. A.
«Francia tiene que emprender otro camino». Nadie pareció conceder demasiado crédito al mensaje voluntarista que François Bayrou proclamó en la explanada de Serres-Castet el 2 de diciembre de 2006. Era la fecha de la apertura de la campaña y la referencia de un mitin que apenas congregó a un puñado de vecinos y militantes incondicionales.
Tres meses después, el Palacio de Congresos de Perpiñán, en el sur de Francia, se ha quedado pequeño para alojar a los partidarios del patriarca centrista. Más de 3.000 personas jalearon el pasado viernes a Bayrou providencialmente -«Président, président, président»- mientras los compatriotas sin butaca se resignaban a escucharlo devotamente mirando las pantallas de vídeo gigantes. Ya lo había dicho el líder de la UDF (Unión por la Democracia Francesa) en la elaboración inconsciente de su propio autorretrato: fuerte como un tractor, noble como un campesino, ilustrado como un profesor de latín, creyente como un personaje en blanco y negro de Proust, familiar como un padrazo a la antigua usanza. Las encuestas ubicaban sus expectativas en el 6% de los sufragios. Ahora multiplican su impacto por cuatro y Bayrou se erige en alternativa al guión preestablecido de las elecciones presidenciales. ¿Cómo? ¿Por qué? Quizá las respuestas puedan encontrarse en un día cualquiera de su agenda.
París, 08.00 horas.
François Bayrou lee los periódicos y se topa con la sorpresa de su foto en la portada del Herald Tribune. Un guiño cosmopolita que confirma su posición intimidatoria en el duelo que hasta ahora libraban la socialista Ségolène Royal y el conservador Nicolas Sarkozy. Será porque ha conseguido remitir a la opinión pública el mensaje de que se puede luchar contra el sistema moderadamente sin votar a Jean-Marie Le Pen ni resucitar a Trotsky. Quizá ya no exista la Francia de antes. La Francia de la Renault, del domingo, del cura y del boticario, pero Bayrou cree que es posible resucitarla.
París, 09.00 horas.
Entrevista en la emisora Europe 1. Le preguntan sobre la iniciativa de crear un Ministerio de la Inmigración y la Identidad Nacional. Es una idea incendiaria de Sarkozy. Bayrou la ridiculiza. Considera arriesgado mezclar los principios elementales de la República y disfruta con la sensación de aguijonear al partido rival. La consigna de Sarko era ignorar a Bayrou, pero la pujanza electoral del líder del UDF ha cambiado la estrategia. Tan grande es tu enemigo, tanto pesas tú, parece decirse el outsider de las elecciones francesas.
Perpiñán, 16.45 horas.
Bayrou recauda los votos uno a uno. De otro modo, no se explicaría la idea de haber permanecido dos horas con los artesanos y representantes gremiales en un cuartelillo de Perpiñán. Toma nota de sus nombres, les escucha, intercambia opiniones. Domina la escena sin hacerlo notar. Habla pausadamente y se explaya en sus promesas. Dice que las tiendas no se abrirán los domingos. Garantiza que los empresarios podrán contratar a dos nuevos trabajadores sin la menor carga social. Tranquiliza a quienes les transmiten la inquietud que suscitan las grandes superficies comerciales: «No podemos dejarnos guiar sólo por el dinero y el beneficio. Primero, la justicia; después, los euros».
Perpiñán, 18.30 horas.
El candidato se concede un paseo entre las calles del centro histórico. Antes le acompañaban su chófer, un guardaespaldas y un consejero. Ahora le arropa una nube de periodistas que confluyen en el sarao de la rueda de prensa vespertina. Bayrou se desenvuelve con soltura y convicción ante los micrófonos. Torea las preguntas incómodas. Tutea a Royal y la acusa de carecer de un proyecto político. Empieza a sentirse presidente.
Perpiñán, 20.20 horas.
El escenario de color naranja arropa el mitin nocturno con tanto efectismo como los jóvenes que el director de escena le ha colocado a sus espaldas. Es Bayrou un político formado, ameno, dotado de oratoria. Fue profesor de latín y ministro de Educación, pero elude cualquier impostura académica e institucional. Promete custodiar las minorías culturales sin menoscabo del patriotismo. Sabe manejar las palabras. De otro modo, no habría convertido su biografía de Enrique IV en un fenómeno superventas. Es su pasado literario. Su presente se condensa en un tratado electoral -Proyecto de esperanza- que pretende devolver a Francia la imparcialidad política y la cohesión social.
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