Lunes, 12 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6294.
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Gadafi, el rey-filósofo
El líder libio invita a intelectuales como Fukuyama o Anthony Giddens para salvar su revolución y preservar el legado de su 'Libro Verde'
PABLO PARDO. Especial para EL MUNDO

WASHINGTON.- La jaima (tienda que usan los beduinos) de Muamar al Gadafi parece el último lugar del mundo para encontrarse con Anthony Giddens (el teórico de la tercera vía de Tony Blair), Benjamín Barber (autor del best-seller Jihad versus McWorld) o Francis Fukuyama (el teórico de El fin de la Historia). Pero, en el último año, los tres han pasado varias veces por ella.

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Gadafi quiere salvar su revolución y, sobre todo, su legado. Y ha decidido que nada mejor para ello que llevar a Libia a algunas de las lumbreras de la ciencia política occidental. El dictador libio, que lleva dirigiendo su país con mano de hierro desde hace 37 años, se quiere convertir en el rey-filósofo platónico.

Pero con matices. A Gadafi no le gusta que le lleven la contraria. EL MUNDO ha podido contactar con personas presentes en los encuentros, y la conclusión más evidente es que a Gadafi le va el debate, pero dentro de un orden. «No le puedes hacer una crítica frontal, porque entonces es como si se activara una cinta grabada en su cabeza y te suelta un discurso de 20 minutos», explica uno de los profesores que han pasado por la jaima.

Así que hay que recurrir a una combinación de adulación y críticas. «La única forma de hacer avanzar tus argumentos es diciéndole: Usted ha visto ese problema mejor que nadie, y su Revolución lo solucionó. Pero las circunstancias han cambiado. Es necesario hacer ajustes».

Y Gadafi parece consciente de esos ajustes. «Sabe que su sistema está agotado. Pero no sabe cómo renovarlo», explica uno de sus visitantes que, sin embargo, recalca que el líder libio «escucha las críticas, siempre que se las formules de la manera adecuada».

Ahora bien, ¿va a ser Gadafi capaz de solucionar las contradicciones de su régimen? Ahí, sus visitantes son más bien escépticos. En primer lugar, tiene un ego demasiado grande. Gadafi juega a ser un intelectual. Su forma de recibir a sus huéspedes así lo muestra. «Usted escribió un libro muy influyente. Yo también». El problema es que, en el mundo actual, el Libro Verde de Gadafi es menos influyente que Jihad versus McWorld, La Tercera Vía o El fin de la Historia. Al mismo tiempo, ésa es una forma nefasta de empezar una discusión con un académico, porque el ego de gente como Giddens o Fukuyama -no digamos ya Gadafi- no caben en ninguna jaima.

Así que al final las conversaciones se convirtieron en diálogos de sordos, con Giddens pidiendo democracia y Fukuyama reclamando instituciones que terminen con un régimen que es esencialmente una combinación de personalismo y tribalismo. Claro que Gadafi sigue insistiendo en que su Yamahiriya, o gobierno de las masas, es la mejor fórmula de representación, ya que se trata de una democracia directa, algo que, según él, entronca directamente con la democracia ateniense.

Claro que, a pesar de ese desencuentro constante, el líder libio nunca perdía la ocasión de aumentar su empaque intelectual y, de paso, de adular a sus invitados. Así, un día recibió a uno de los profesores con un agradecido: «Menos mal que está usted aquí. He pasado toda la mañana hablando con [el presidente egipcio, Hosni] Mubarak. Es espantoso lo aburrido que es ese hombre».

Pero, más allá de excentricidades intelectuales, Gadafi sorprendió a sus interlocutores por su sagacidad para llevar a cabo análisis políticos. Como le dijo un día a uno de ellos: «Los americanos no entienden el mundo árabe. Washington tiene dos problemas en la región. Uno es Irán, el otro es Arabia Saudí. A Irán lo pueden controlar. Pero a Arabia Saudí, no. El problema del mundo islámico es el wahabismo [la doctrina religiosa ultraortodoxa vigente en Arabia Saudí], no la revolución iraní. Y, mientras no se quieran dar cuenta, seguirán teniendo dificultades».


«Aquí no hay multas»

P. P.

Una de las peculiaridades de Libia que más ha sorprendido a los académicos ha sido el relativo grado de libertad individual existente en el país, siempre que uno no se meta en política. «Un día íbamos por una carretera del desierto como a 160 kilómetros por hora y nos pasaron dos coches como a 200. Le pregunté entonces a mi intérprete: «¿No les van a poner una multa?». Él se rió y me dijo: «Aquí en Libia no hay multas», recuerda un profesor invitado por Gadafi.

La sorpresa que esa relativa apertura causó entre los académicos no fue menor que la que les provocó constatar la vigencia de las viejas luchas tribales en la política libia actual. Esas tensiones tribales son, según algunos de los huéspedes del líder libio, la razón por la que cinco enfermeras búlgaras y un médico palestino han sido condenados a muerte, acusados de transmitir el virus del Sida a 426 niños en Bengasi, la segunda ciudad del país, tras Trípoli. «Las tribus de Bengasi son muy influyentes, y suponen una amenaza para Gadafi que, además, procede de una tribu pequeña y poco importante. Así que ha tenido que dar un castigo ejemplar».

La incapacidad para comprender lo que pasa en el resto del mundo es un rasgo de Gadafi que, según sus visitantes, está en buena medida aislado del mundo. Como lo recuerda uno de sus huéspedes, es, más que un revolucionario internacionalista, «un hombre sencillo, muy austero y religioso, sin caer en el fanatismo».

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