ISABEL SAN SEBASTIAN
Asumamos que aquel fatídico 11 de Marzo de 2004 unos cuantos fanáticos islamistas, enfurecidos por el respaldo del Gobierno español a la Guerra de Irak, sembraron de sangre los trenes de la muerte segando las vidas de 192 inocentes y destrozando muchas más. Es la versión oficial. La que sustentan algunos periódicos que subrayan la vigencia de la amenaza de los extremistas de Alá. La que apunta a terroristas relacionados con Al Qaeda, la red criminal que reclama oficialmente nuestro país para el islam y advierte de que no abandonará su actividad asesina mientras los estandartes de la «verdadera fe» no hondeen por todo el territorio de la umma, «desde Al-Andalus hasta Irak».
¿Se sentaría a negociar Zapatero con Bin Laden una especie de armisticio que les permitiera a ambos salvar la cara? ¿Liberaría a alguno de los que son juzgados estos días en el banquillo de la Audiencia Nacional, como prenda de buena voluntad? ¿Rechazaría las pretensiones maximalistas del líder de dicha organización terrorista, aceptando no obstante un «proceso de diálogo» que otorgara el rango de interlocutores a sus más sanguinarios secuaces? ¿Estaría dispuesto a ceder en alguna cuestión menor (como por ejemplo pedir a las mujeres más decoro en el vestir) con tal de aplacar la fiereza del barbudo escondido en Pakistán? ¿Y qué opinarían los españoles de un arreglo semejante? ¿Qué diría la Asociación de Víctimas del 11-M?
Hace ahora tres años justos, alguien perpetró el más cruel atentado terrorista de nuestra Historia, pero no el primero ni el único. Antes de aquellos muertos, de aquellos mutilados, de aquellos cuerpos martirizados por un dolor constante, de aquellas madres rotas por la pérdida inaceptable de un hijo, de aquellas familias destrozadas, el terror ya había matado, mutilado, martirizado, roto y destrozado a incontables niños, ancianos, hombres y mujeres. Tan inocentes como los que sufrieron su zarpazo en aquellas estaciones malditas. Militares, guardias civiles, policías, concejales, viandantes, clientes de un centro comercial, hijos de uniformados, criaturas que jugaban a la pelota en la calle, testigos que tuvieron la mala suerte de estar donde no debían en el momento inoportuno. Inocentes masacrados por ETA. Huérfanos por la barbarie de ETA. Padres, hermanos y abuelos privados de sus seres queridos por la voluntad de ETA. ¿En qué son distintos de los que ayer recibieron el merecido homenaje de toda la sociedad española? ¿Por qué se les humilla, se les desprecia y se les condena a morir nuevamente liberando a sus asesinos o prestándose a hablar con ellos? ¿Qué hace a ETA más respetable que a Al Qaeda?
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