Y ahora, lo cuenta todo en Blancas bicicletas (Global Rythm), su crónica en primera persona de los prodigiosos, abrumadores y muy colgados años 60. Un libro rebosante de optimismo pese a que muchos de sus personajes acabaran por arrollados por la vida. ¿Responde Boyd (Boston, 1943) al tópico del superviviente de los 60?

«Nunca tuve afán autodestructivo», cuenta el autor. «Eso es importante. Y he tenido suerte. Pasé por la cárcel y salí sin antecedentes. Quizá tengo un ángel de la guarda». Un ángel de la guarda que también le cura la melancolía. Casi siempre: «A menudo pienso en Nick [Drake], en el daño que le hizo no ser entendido. Eso le llevó a la soledad, a la depresión, y al suicidio. Con el tiempo, su música se ha convertido en algo importante para mucha gente. Me sorprende y me alegra, es justo. Por otro lado, siento con amargura que ocurra ahora».

¿Y Syd Barrett? ¿Cómo se sintió Boyd respecto al declive y la muerte del cantante al que dirigió en la primera grabación de Pink Floyd? «Tuve mucho trato con Syd durante un año, entre 1966 y 1967. Los pusimos a tocar en el UFO, produje su primer single. Después, lo perdí de vista y cuando me volví a cruzar con él, su mente ya estaba desconectada. Fue tremendo. Para mí, el dolor por su Syd está descontado desde 1967».

Historia triste del rock

Drake y Barrett, en cualquier caso, aparecen en Blancas bicicletas después de otras aventuras históricas. Hablamos, por ejemplo, del Festival de Newport, donde Dylan cruzó para siempre rock'n'roll y folk. Cuando Boyd lo recrea en su libro, dice que aquello cambió la Historia de la música... quizá para mal.

«En cierto sentido, sí, estoy decepcionado. En los 60 se abrieron miles de espacios para que los llenáramos de contenido. Hoy, todos nos arremolinamos en el mismo lugar. Es frustrante». ¿Alguna teoría? «En el arte hay periodos dorados y periodos de manierismo. Otro factor es la economía. Desde 1973, el mundo pierde su optimismo y empieza a creer que los buenos tiempos pasaron. Se repiten fórmulas, se deja de inventar... ¿El punk? Lo aprecio en la teoría más que en la práctica. Me gusta London calling. Es muy grande. Pero no hay muchos más...».

Consecuencia: el rock de 2006 es cosa de universitarios de clase media. ¿La música popular ya no es cultura popular? «Ya... [encoge los hombros]. Está el rap, que también me gusta como actitud... Pero no puedo con los ritmos secuenciados. Será un problema generacional».