Martes, 13 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6295.
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Canción de cuna para un 'muyahidin'
VICTORIA PREGO

Puede que sea el miedo el que les agarrota las cuerdas vocales. El miedo puede mucho, eso se sabe, y entre las amenazas que dicen haber recibido y el pavor de saberlas muy reales, no es sorprendente que a la hora de sentarse ante el tribunal se les gripen las conexiones neuronales. Puede que sean sus dificultades para comprender el español o el árabe clásico. Puede que se trate de personas con una muy limitada capacidad mental para construir ideas y sus correspondientes formulaciones verbales. De esas tres opciones, cualquiera resultó verosímil ayer por la mañana, cuando asistimos a un heroico interrogatorio de la Fiscalía a un hombre cuya hermana creía que se había casado legalmente con uno de los procesados y que, por lo comprobado ayer en la sala, ni se ha casado con el sujeto en cuestión ni cristo que lo fundó.

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El cuñado que al final no era cuñado puso a prueba hasta el límite la entereza de los presentes, pero, entre lo fullero de sus respuestas, entre tanta cosa mascullada e incomprensible, entre tanto como vagó por las sombras, soltó algunas frases que, juntadas, vinieron a definir al procesado Mouhannad Almallah como un fanático de armas utilizar. Él, que se había presentado como un musulmán templado, si no descreído, ajeno a todo lo que no fuera el mundo del electrodoméstico averiado, pendón, y hasta un poco sinvergüenza, fue retratado, aunque a trompicones, por su cuñado virtual, como un activo dirigente del grupo que perpetró la matanza, en el que lo único que quedó en pie de su autorretrato fue el último de estos adjetivos: sinvergüenza. Almallah, mientras, dejaba escapar de sus adentros, a pequeños borbotones, una risa maligna.

Pero el cuñado dijo también algo importante: que la Policía estaba controlando a Serhane, 'El Tunecino', y que éste lo sabía. Algo así habíamos escuchado la semana pasada de boca del confidente 'Cartagena'. Y resulta así que la incógnita de qué se hizo del control policial a los terroristas islamistas va, frase a frase, quedando perfilada sin que, de momento, ninguna versión haya logrado debilitar una pregunta que tiene todas las trazas de convertirse en la clave de este proceso.

Luego vino la mujer que creyó que se había casado con él, pero que en realidad había sido timada por el individuo, quien seguía casado legalmente con otra. Y fue ella la que proporcionó datos de toda índole en una declaración que resultó todo un alumbramiento con fórceps -80 preguntas le hizo el fiscal-, pero en la que no incurrió en contradicciones relevantes respecto de sus anteriores declaraciones. La mujer explicó cómo mucho antes del 11-M ella había avisado a la Policía de lo que estos sujetos, incluido el que ella creía su marido, estaban haciendo: visionar imágenes brutales destinadas a excitar el odio de los musulmanes y a reclutar muyahidines para el sacrificio. Es más: que su marido se dormía cada noche escuchando las cintas de Abu Qutada, el líder de Al Qaeda en Europa, como si las llamadas al exterminio del infiel fueran para el técnico en reparar lavadoras una tierna canción de cuna.

Después de todo eso, a Almallah se le llamó a declarar en comisaría y la Policía sometió a todos ellos a seguimiento y control. ¿Qué pasó entonces para que estos sujetos pudieran moverse con la facilidad con la que se movieron para actuar como actuaron? La pregunta es recurrente, ya. Pero tan recurrente como obligada.

victoria.prego@el-mundo.es

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