J. T. DELGADO
MADRID.-
Sin el gas argelino, España se quedaría a oscuras. Ningún suministrador podría sustituir a corto o medio plazo al país norteafricano. Sencillamente, porque toda la estructura del mercado gasista español está cimentada en la materia prima procedente de Argelia.
España no tiene reservas de gas natural. Depende absolutamente del exterior, pero, además, su condición de isla energética restringe drásticamente las posibilidades de interconexión. Según los últimos datos disponibles, correspondientes a 2005 y atribuibles a la Comisión Nacional de la Energía (CNE), la producción de gas propio representa el 0,15% de unas necesidades de 390.000 gigavatios por hora.
Argelia aporta 170.00 gigavatios, es decir, casi el 44% del total. El segundo suministrador es Nigeria, con una cuota de mercado del 15%. Le siguen Egipto (11%) y Noruega (6%). «La dependencia energética de los suministros exteriores es casi total, como ocurre en el caso del petróleo», recuerda la CNE en su último informe anual.
Todo el gas argelino -o sea, casi la mitad del consumido en España- entra por el gasoducto del Magreb. El resto llega por mar o por las otras cuatro interconexiones establecidas con los dos países limítrofes. Estas últimas, no obstante, están muy limitadas. Portugal tiene el mismo problema: está aislado y no tiene reservas. Y Francia no ha potenciado los trasvases con el ímpetu que desea Moncloa, privando a la península Ibérica del ventajoso gas procedente de Europa (fundamentalmente, de Rusia).
Producción eléctrica
La mayor parte de este combustible de origen fósil es utilizada para generar electricidad. Según el último balance de Unesa, también correspondiente a 2005, casi el 26% de los kilovatios consumidos se produjeron en centrales de gas (ciclos combinados). Este porcentaje irá en aumento en los próximos años y superará en breve al carbón, con el que se generó el 27,9% de la electricidad en 2005.
Toda la apuesta energética a futuro de nuestro país pivota en torno al gas natural. La oposición social a los reactores atómicos y la apuesta por el Protocolo de Kioto obligan a las eléctricas a prescindir de las dos fuentes más utilizadas tradicionalmente (la energía nuclear y el carbón). Ello explica que la práctica totalidad de las centrales inauguradas en los últimos años -sin contar los parques eólicos ni los paneles solares- sea ciclos combinados. En 2005, la producción eléctrica con gas creció un 62,2%, frente a los descensos de la generación hidráulica (31,4%), la nuclear (9,6%) o el carbón (0,5%).
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