Laura Lío
Formato: Esculturas y dibujos. / Lugar: Galería Antonio Machón (Conde de Xiquena, 8). / Horario: Mañanas, de 11.00 a 14.00 horas; tardes, de 17.00 a 21.00 h. / Fecha: Hasta el 14 de abril.
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Desde las primeras esculturas que Laura Lío (Buenos Aires, 1967) nos mostró hace ya 10 años, nos interesó su vocación innovadora, la originalidad de sus formas y una voluntad de experimentación en la que no ha cesado durante todo ese tiempo. Algo que confirma la expectación que causó desde un principio, y que justifica que hoy la galería Antonio Machón nos la presente como uno de los valores más serios y sólidos de la nueva generación.
Vimos y comentamos hace un año su espléndida exposición en la Casa de la Entrevista, de Alcalá de Henares, y recientemente hemos podido admirar algunos de sus últimos trabajos en ARCO. Las esculturas y dibujos que nos ocupan ahora mantienen ese mismo espíritu de comunión con la naturaleza, que se manifiesta no sólo en los temas, sino también en el uso tan especial que hace de los materiales: cera, hilos, madera, ratán, esparto, bambú y otros vegetales.
Comunicación directa
Una naturaleza que no se contempla de una manera pasiva, ya que Laura Lío intenta y consigue una comunicación directa entre el espectador y sus piezas, que aluden a la levedad de las hojas -hay un círculo de hojas blancas en medio de la sala- y a la fugacidad del tiempo, de nuestro tiempo en la vida. Las hojas están en sus dibujos tridimensionales, en sus ramas entrelazadas, en su voluntad de afianzar lo que se pierde, de salvarlo de la destrucción y el olvido.
La de Laura Lío es una obra poética, porque todo en ella alude sin estruendo a la poesía que se puede hacer sin palabras, sólo hay que anudar lo que está separado, relacionar formas y hacerlas hablar en silencio. Hay en ella también algo elegíaco, de homenaje a lo que desaparece y el artista quiere que siga vivo en el recuerdo. Ella los llama exvotos, que a veces simulan nidos de pájaros, a la manera del hornero de su tierra natal y que cantó Leopoldo Lugones, un lugar cálido en el que refugiarse cuando afuera ruge el viento que todo se lo lleva.
Sus dibujos son minuciosos pero no miméticos, no copia una hoja: la inventa, y al inventar la trama nos permite imaginar, hacer esas analogías que hace el gran verso. Y el visitante de la exposición, si la ve un día tranquilo, se siente contagiado de una emocionante calma. El blanco de las hojas, que es luto en el extremo Oriente, es también un recuerdo a un querido amigo que acaba de fallecer, el gran pintor Juan Giralt.