Rajoy tiene un mérito enorme. Ha visualizado y hecho comprender la exacta naturaleza del conflicto que vivimos. Sería interesante que un periódico publicara las imágenes de la manifestación del sábado en Madrid junto a las imágenes de la más grande manifestación nacionalista que haya tenido lugar en Bilbao: marea de banderas -rojigualdas e ikurriñas- seguida por los respectivos himnos -el español y el Eusko Gudariak- nacionales.
Los árboles de las siglas partidistas no nos dejan ver el bosque del problema verdadero. Banderas, himnos y apelaciones a la nación delatan una ideología patriótica y extrema propia de la derecha nacionalista. Estamos asistiendo al decimonónico enfrentamiento de dos derechas -la nacional española y la nacionalista periférica-, que coge por medio a una moderna mayoría de centro-izquierda no nacionalista, no patriótica -ni abertzale-, no extremista, no religiosa en sus raíces, no excluyente y no totalizadora en sus propósitos.
Me interpelaron unas palabras de Carmen Iglesias en ABC. Decía no comprender la relación de la izquierda con los nacionalismos. Le ofrezco una hipótesis. Olvídese, doña Carmen, de las siglas partidistas, y a ver qué le parece mi sugerencia: la izquierda -un centro que mira a la izquierda- está intentando una tarea de mediación entre dos derechas extremadamente nacionalistas, y cuando palmea -para conciliar- a una derecha, la española (Pacto por las Libertades, Ley de Partidos) le salta la otra, la periférica, al cuello, y cuando palmea a la otra, la periférica (fin del terrorismo, estatutos), le salta la otra, la española, al cuello. Debe abrazar a ambas, qué remedio, pues es una monja laica, pero no debe permitirse el error de que cualquiera de ellas le dé el abrazo del oso.
El centro izquierda sociológico -insisto, olvidemos las siglas- ha superado el radicalismo de la izquierda proletaria y revolucionaria de los años de la República -el país ha cambiado por la economía y la cultura- y está en la línea del liberalismo, la ilustración, el progresismo tenue, la racionalidad, las libertades personales, los valores laicos, la moderación y los mejores emblemas republicanos -posibles, en esencia, en la monarquía constitucional de Don Juan Carlos-, pero se encuentra con un doble problema desgarrador -insisto, olvidemos las siglas partidarias y sus secuelas puntuales en la metapolítica, esto es, en la lucha por gobernar- que le coloca, y es de agradecer su infinita paciencia de santo Job, en el centro de todos los palos: el enfrentamiento entre dos derechas nacionalistas -tan idénticas como antagónicas- y, por supuesto, la resistencia de la derecha en general -con la ayuda de la Iglesia, otro factor común a las dos derechas enfrentadas- al cambio y progreso razonables. La fenomenología partidista es muy criticable, pero la mayoría social -transversal, mediadora, multirrelacionada- sabrá, espero, comprometerse en las elecciones que Rajoy pide de la mano de ETA. Por ese marco, abierto y plural, de convivencia que es la España que nos gusta a la mayoría.