RAUL DEL POZO
A estas alturas del partido a nadie permiten tocar su propia flauta. Vuelven el cuerno, la bandera y la corneta. En esta dialéctica de tabernón, de mesón de puntapiés y música cuartelera, entre el turbión de tópicos dominantes con sus mártires y patriotas, héroes y traidores, en el espetón de vísceras, con patriotas de grifería de oro y funcionarios de partido, dan ganas de vivir como un hongo, de entrar a la pandilla de Diógenes el chusquel o practicar aquello que recomendaba irónicamente Luis Carandell: hacer la guerra en la Cruz Roja. El misterio es que te pregonan cuando escribes y te patean si dices algo que se salga del pentagrama institucional. No está prohibida la difamación sino la incertidumbre. Observen los debates en televisión y radio. Son pugilatos de cuchilleros.
Susanna Griso, que atraviesa la madrugada con sus zapatos de aguja para conducir con mucha cabeza y larguísima estatura Espejo Público me suele decir sonriendo antes de empezar el programa: «No sé nunca por dónde vas a salir». Nos deja libertad absoluta e ignora qué jubón político llevamos algunos cada mañana. Susanna es una catalana muy liberal; otras gentes más sectarias y acaloradas critican a los contertulios que no llevan en el testuz la divisa del bipartidismo. Les acusan de equidistantes, que es como llamarle rufianes. La duda está prohibida y a los que la practican los llaman rositas pasteleras y no los contratan. Lo que quieren es matamoros. No es que los escépticos o indecisos se queden oyendo los jilgueros mientras estalla la zaragata; no les soportan que no hayan hecho el voto de obediencia a alguno de los partidos que insensatamente nos dividen.
Hubo una época de tomar partido hasta mancharse. En la Transición estaba claro: o dictadura o democracia. Ahora no todo es tan diáfano. El Gobierno urde un proceso de paz, no lo explica por miedo a la opinión pública y mientras la derecha imagina un incendio con José Luis Rodríguez Zapatero en el papel de búlgaro, el país se envenena; no hay peligro de noche de cuchillos largos, pero la gente ya empieza a cogerse por la pechera y a amenazarse con el mástil de la bandera o la lata de gasolina.
Un partido quiere hundir al otro y a los que no van en pelotón los toman por incongruentes o ilógicos. Si el PP dice que hubo dos millones de asistentes y el PSOE 300.000, uno o los dos inventan, y si novelan en las cifras, por qué no van a engañar en las ideas. La política se enreda en la información visual, de pantalla, donde como dicen los politólogos al homo sapiens ha sucedido el homo videns. En los agitadores veo una pérdida de capacidad de ideación, de análisis, un reduccionismo primitivo. Han perdido su capacidad de abstracción.
Mientras, la realidad se complica, los discursos se aniñan, se infantilizan y por eso uno duda cuando le pregunta Susanna.
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