A Ernest Gallo lo recordarán los estadounidenses amantes del placer con un guiño. Puso a California en el mapa vitivinícola cuando nadie soñaba tal proeza. Subrayada por historias de valles ubérrimos y naranjos en flor, California ejercía como indestructible anhelo para millones desde los días del ferrocarril y la fiebre del oro. Fue sementera de sueños, Hollywood, y ejerció de brutal metáfora sobre las trampas de la Tierra Prometida (léase Steinbeck, Ford y Las uvas de la ira). Lo que nadie imaginó antes, o no comprendió a tiempo, es que su clima tibio y tierras fecundas proporcionan un estupendo lecho para cultivar vides. Gallo supo verlo, y junto a su hermano Julio, que murió en 1993, creó de la nada un mercado del vino que hoy mueve miles de millones.
Como un personaje literario, presto a ser esceneficado entre relámpagos e intuiciones, desafió el mito. Nada tenía que ver con la clase empresarial que hoy gobierna, tan instruida y políglota como desnatada. Lejos de escuelas, aprendió en la calle, observando cómo sus padres, inmigrantes italianos, elaboraban vino con métodos tradicionales, un brebaje adusto e imbebible que lo llevó a realizar proezas. Su único máster nació en un medio adusto; para la imaginación no hay otro combustible que una mente alerta.
Enfrentado a la mentalidad de su época, contraria al deleite, que prohibía el alcohol para salvar a los ciudadanos de sí mismos, imaginó un emporio de cultivo y distribución imperial. El centro de operaciones estaba en el condado de Sonoma. Gracias a él y a otros hombres similares la fastuosa marca nada envidia hoy a sus pares franceses, italianos o españoles.
Segun Peter Marks, del centro Americano para el Vino, la Gastronomía y las Artes del Valle del Napa en California, «Ernest y su hermano Julio ayudaron a poner la industria vitivinícola de California en el mapa de Estados Unidos. Tuvieron la capacidad de fabricar y vender un vino que los consumidores podían disfrutar». Los dos hermanos emplearon técnicas revolucionarias, compraron tierras y abandonaron la retórica en favor del utillaje científico, ese que hoy señala al vino como hijo de la tradición y también del progreso. «Mi hermano Julio y yo trabajamos para mejorar la calidad de los vinos de California y para llevar el buen vino a la mesa de los estadounidenses y a un precio que pudieran pagar», comentó Gallo al diario The Modesto Bee en el día de su 90º cumpleaños.
Su triunfo alentó el sueño americano, axioma protestante entre la predestinación y el anhelo individual, mezcla de fantasía, realidad cruda y pompa cinematográfica.
La muerte lo ha soprendido en la localidad de Modesto, California. Había amasado una fortuna inimaginable, tanto dinero que figuraba en la lista de la revista Forbes como un de los 400 estadounidenses más ricos. Quizá la Pelona compartió, antes de ejecutar su baile, una copa de vino con el viejo empresario, filibustero romántico que lega una industria en alza. Pudo decir, antes de irse, que encontró el camino hacia la gatera; había quebrado miserias elevando al cubo el oficio de sus antepasados. Aunque quede mal decirlo, los que lo conocieron hablaban de que tenía aura, un don felino para encontrar su doblón de oro. La compañía E&Gallo Winery, dirigida por Joseph Gallo, hijo de Ernest, emplea a 4.500 personas y distribuye sus botellas en casi un centenar de países.
Ernest Gallo, empresario del vino, nació el 18 de marzo de 1909 en Sierra Nevada (California) y falleció el 6 de marzo de 2007 en Modesto (California).