Miércoles, 14 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6296.
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El ocaso del 'cortijo' de Lord Black
El magnate de la comunicación se enfrenta a 101 años de cárcel
PABLO PARDO. Especial para EL MUNDO

WASHINGTON.- En total, 1.400 dólares estadounidenses del año 1959. Que, corregido el efecto de la inflación, equivaldrían hoy a 7.173 euros. Ése fue el primer negocio de Conrad Moffat Black. Un negocio redondo, con un margen de beneficio del 100%. Porque no era legal. Black, que tenía 15 años, robaba los exámenes de los despachos de los profesores en el exclusivo colegio de Upper Canada College, en Toronto, y los vendía a sus compañeros. Pero, cuando fue descubierto, le expulsaron. Y el negocio se acabó.

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Cuarenta y ocho años después, Conrad Black se enfrenta a un juicio mucho más duro. Esta vez, la vista tiene lugar en un tribunal de verdad, en el Juzgado del Distrito Norte de Illinois, en Chicago. La pena a la que se enfrenta es de 101 años de cárcel. Ayer comenzó el proceso de selección de miembros del jurado. El primer testigo llamado a declarar es Gordon Paris, consejero del grupo de medios de comunicación Sun-Times, el nuevo nombre de la antigua empresa de Black, Hollinger, que prestará declaración el martes que viene. Su testimonio puede ser devastador para Black, que es acusado de fraude, falsedad documental y obstrucción a la justicia por su gestión al frente de Hollinger, uno de los mayores grupos de prensa escrita del mundo.

Las acusaciones de los fiscales sugieren que Black dirigía Hollinger como un cortijo que compartía con su esposa, Barbara Amiel, una extravagante periodista conservadora que es famosa sobre todo por su carácter de devoradora de hombres. Entre los cargos en su contra está una estafa por 90 millones de dólares (68,5 millones de euros) a los accionistas de Hollinger, a quienes ocultó tanto las ventas de varios activos de la empresa como el hecho de que ellos estaban pagándole una vida de extravagancias que incluyen vacaciones en Bora-Bora, cenas con el ex secretario de Estado de EEUU Henry Kissinger, facturas del taller por la reparación de su Rolls y fiestas de cumpleaños para Amiel.

Es un triste final para un Ciudadano Kane del siglo XXI, propietario de la empresa dueña del Daily Telegraph -el periódico serio más vendido del Reino Unido, con una circulación cercana al millón de ejemplares diarios-, el ultraprestigioso The Spectator -la revista más antigua publicada sin interrupción en idioma inglés-, el diario israelí Jerusalem Post y el estadounidense Chicago Sun-Times, que, con su orientación de centro-izquierda, es una excepción en un imperio mediático orientado hacia el conservadurismo. Una ideología que convirtió a Black en un favorito de la derecha a ambos lados del Atlántico. Como dijo Margaret Thatcher: «Me gustaría que hubiera más gente como Conrad Black».

Otros le veían de forma menos favorable. Ayer, en la cafetería de la librería Kramer's, en Washington, uno de sus compañeros en la Cámara de los Lores explicaba a EL MUNDO que «tanto Black como su mujer son seres horribles. Su única virtud es su memoria prodigiosa. Y la memoria puede ser un buen sustituto de la inteligencia».

El gusto de Black por el lujo, su afición a rodearse de lo que en EEUU se llama mujeres-trofeo, y su tendencia a meterse en política le acercan más al personaje de la película más famosa de Orson Welles. Hay, sin embargo, una diferencia notable. Al contrario que Kane, Conrad Black es rico de nacimiento.

Su padre era presidente de Canadian Breweries, una de las mayores empresas de bebidas del país. Sólo tras su muerte, en 1976, Black asumió el control del patrimonio familiar. Aunque no entró con fuerza en la prensa hasta 1985, cuando compró el grupo británico Telegraph, que estaba al borde de la suspensión de pagos. Fue así como se convirtió en una estrella política y económica en el mundo anglosajón, algo que quedaría oficialmente confirmado en 2001, cuando la reina Isabel de Inglaterra le ofreció el título de Lord.

Ahora, esos honores no sirven en el banquillo del Juzgado del Distrito Norte de Illinois. Pero, a pesar de que ha perdido el control del Telegraph, y de que gran parte de su fortuna ha sido embargada, Black no da su brazo a torcer. Hace pocas semanas escribió en la revista británica Tatler: «Sé que soy inocente de las acusaciones en mi contra (...) y voy a demostrarlo». Si no lo logra, siempre puede repetir lo que dijo cuando le echaron del Upper Canada College: «No estoy ni orgulloso ni avergonzado de lo que pasó».


El defensor de la 'anglosfera'

El juicio de Conrad Black es algo más que un acontecimiento meramente empresarial o judicial. Es un cambio geopolítico. Porque Black ha sido, junto con Rupert Murdoch, el mayor defensor de la 'anglosfera', una ambigua entidad cultural, política y económica que engloba a Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Australia y Nueva Zelanda (y, según algunos, también a las ex colonias británicas de Asia y Africa). Sus medios de comunicación siempre han destacado por su defensa del liderazgo estadounidense en política exterior y por la idea de que el modelo económico de EEUU debe ser exportado al resto del mundo. El 'Daily Telegraph' y el 'Spectator' han sido la versión seria del euroescepticismo defendido por el sensacionalista 'Sun' de Murdoch. Y el propio Black ha declarado que Canadá debería renunciar a su Seguridad Social pública en favor del modelo estadounidense de sanidad privada.

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