«Fue un golpe tremendo. Un impacto contundente y seco, fortísimo que además, no sabíamos de donde venía, por eso salimos todos hacia el almacén creyendo que se le había caído una estantería encima a Chema, el que trabaja allí», relataba ayer Rafael López, el director. Lo hacía desde el propio despacho afectado. Cuando comprobaron que en el almacén todo estaba en regla, subieron y se encontraron con un techo con tres placas de escayola menos.

Si el bloque de hielo, que tanto nos recuerda a los famosos aerolitos, no entró en el recinto fue porque chocó con la junta de la viga del tejado y su trayectoria se desvió. De todas formas, 95 centímetros de tejado estaban dañados por el hielo, que allí lucía resplandeciente. «Menos mal que esta nave fue estrenada hace un año, el 6 de marzo de 2006, y está bien hecha, con vigas de hormigón y demás, porque llega a ser de metal y el hielo se mete hasta el almacén», explicaba Rafael. Ha tenido que repetir lo mismo a todo el mundo: a la vecina, que al minuto se acercó preguntando si había explotado la bombona de butano y a la Guardia Civil, que se personó después de que el 112 recibiera el aviso.

«Los agentes fueron llegando poco a poco, y luego vino la Policía Municipal y hasta sus jefes», decía Rafael López con orgullo junto al plástico que evitaba que la gente se resbalase por el agua que aún caía del techo. «Y eso que hemos tenido que sacar hasta cuatro cubos enteros», relataba Encarnación García, la gerente de esta empresa especializada en papeles pintados y revestimiento de paredes.

La Guardia Civil envió varias muestras a sus laboratorios de Madrid y al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), para que fueran analizadas. También le recomendó a los empleados que guardaran los restos en una nevera por si volvían a hacer falta.

Quienes habían tocado los particulares cubitos se preguntaban si no serían radiactivos o algo por el estilo. «Yo se lo he dado a la Guardia Civil con la mano y no nos han dicho nada. A ver si ahora me voy a quedar como La Masa o algo por el estilo», bromeaba Chema, el trabajador del almacén por el que todo el mundo se había preocupado al oír el golpe.

Tampoco faltó tiempo para que surgieran los primeros comentarios maliciosos, como ese que se lamentaba de que el trozo de hielo caído de los cielos no hubiera tenido más puntería, y ya que chocaba contra el techo del despacho del director, que hubiera entrado a visitarlo... «Y yo preocupándome por todos vosotros, diciendo que salieseis fuera para que no os pasase nada», bromeaba el director cuando se lo contaron.

La última duda es el origen del hielo. Desde la empresa, se decantaban por un origen más bien terrestre. Y no sólo porque si vino del espacio, el seguro va a decir que los desperfectos «los pague otro».

«Si es un aerolito y viene de no sé donde habría causado más daño. Además, el cielo estaba completamente despejado, no había ni una nube, y si viene del espacio la atmósfera lo hubiera derretido, ¿no?», se preguntaba el director. «Yo creo que ha caído del tren de aterrizaje de un avión, que aquí por la mañana pasan a cada minuto», apostillaba Susana, otra trabajadora. El director secundaba esa tesis, y añadía que se podría averiguar qué avión era porque sabe la hora exacta en la que pasó todo, porque «abría un e-mail que acababa de recibir cuando se produjo el impacto. A las diez y cinco justas».

Pero el de ayer no es un caso único. En el año 2000 se produjeron en España más de 12 casos confirmados de caída de bloques de hielo desde la atmósfera. También pasó lo mismo dos años después en Gran Canaria, Almería y Soria.

Todos los casos fueron investigados por el CSIC. Por eso en 2002, Jesús Martínez Frías, el coordinador de las investigaciones, apuntó que el origen de estos cuerpos podría encontrarse en la atmósfera. En su hipótesis, el frío se combina con el vapor de agua y se forman los primeros núcleos. Luego se unen los vientos fuertes, que mantienen las partículas suspendidas en el aire y les da la posibilidad de seguir creciendo, dando lugar a un efecto bola de nieve.

Curiosamente, el logotipo de la empresa tiene toques galácticos: la «o» de Iberostil es el mismísimo planeta Tierra. Además, el husky siberiano que se encarga de vigilar la empresa se llama Thor, como el dios del trueno de la mitología nórdica. Pero al parecer, el perro no ha tenido nada que ver y no ha invocado al aerolito helado.