FELIPE SAHAGUN
Tras el 11-S, George W. Bush perdió todo interés en el hemisferio occidental y concentró su diplomacia en Afganistán, en Irak y en las coaliciones ad hoc necesarias para la guerra contra el terrorismo real o inventado. Sólo siete de los 34 países de América Latina y el Caribe apoyaron la invasión de Irak.
El fracaso en Irak, el desafío creciente de Hugo Chávez, la influencia creciente de China en la región, la victoria de siete candidatos de izquierda en las 11 elecciones presidenciales de 2006 y el cambio de enfoque del nuevo equipo latinoamericano en el Departamento de Estado le convencieron de la necesidad del viaje de los últimos días para mejorar la imagen y frenar a Chávez.
Los frutos dependerán de lo que suceda a partir de ahora. El proyecto brasileño de más de 400 destilerías de etanol, capaces de producir unos 40.000 millones de litros, en 2012 sólo es viable si Washington levanta su tarifa de 54 centavos por galón (unos cuatro litros) a las exportaciones brasileñas, objetivo imposible por ahora. «Mientras EEUU sigan ofreciendo millones y Chávez reparta 1.000 millones aquí, 1.000 allá, tenemos poco que hacer», advierte Riordan Roett, director de estudios latinoamericanos de la John Hopkins de Washington. «No es realista esperar mucho de esta visita, pero estamos ante un nuevo enfoque», afirma el ex ministro brasileño de Exteriores Felipe Lampreia al New York Times.
Si el Congreso no ratifica los acuerdos de libre comercio ya firmados con Perú, Colombia y Panamá, la credibilidad de los EEUU seguirá deteriorándose y este viaje no habrá servido de nada. La segunda prueba de esa credibilidad vendrá en julio, fecha en que caducan los acuerdos preferenciales de EEUU con Bolivia y Ecuador. Hoy la mayoría demócrata cree que «renovarlos es premiar el mal comportamiento».
Ayer, en Yucatán, el presidente mexicano, Felipe Calderón, con Alvaro Uribe el principal aliado de EEUU en el hemisferio, pidió de nuevo a Bush que ponga a fin al amurallamiento de la frontera y dé la batalla por una nueva ley de inmigración que garantice los derechos de los más de seis millones de inmigrantes ilegales mexicanos en EEUU. Bush no tiene la menor intención de hacerlo.
Ignorar a Chávez en vez de responder a sus insultos, una flexibilización de la política hacia Cuba que facilite la transición en la isla, la revisión de su estrategia contra el narcotráfico y, sobre todo, una agenda contra los grandes desafíos sociales de América Latina son las armas que pueden ayudar a Washington a recuperar el tiempo perdido.
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