CARMEN RIGALT
Los artículos son expositores de ideas, pero mucha gente, antes que un artículo, prefiere hacer un mitin. Lo que distingue el mitin es el tono de voz. O sea, el grito. A los articulistas mitineros no habría que darles un faldón de periódico, sino un púlpito o un espacio en Radio Sevilla, y ya metidos en gastos (me lo he puesto a huevo), una casaca militar, una cincha, un muñón y el arrebato de una España grande y libre. Mira por dónde he llegado a Millán Astray. Jesús, que susto.
El articulista mitinero es una caricatura del analista político y tiene su público, que en época de gresca es numeroso. El común de los lectores, como el común de los oyentes de radio, compra los periódicos que quiere leer y escucha las emisoras que quiere oír. Normal. Caso aparte somos los masocas, que hacemos lo mismo pero siguiendo un camino más largo. El masoca procede por eliminación. Primero se carga de razones leyendo o escuchando al adversario y, cuando ya está calentito, corre a buscar munición entre los suyos. La palabra lo dice todo: masoca.
Que no cunda el pánico: no pienso hablar de política. Soy radical porque todo echa raíces en mis tripas, pero tengo un ego como una parabólica y siempre analizo el mundo a través de mi ombligo. Hablo de mí hasta cuando me refiero a otros. A lo mejor llevo dentro el síndrome de Aída Nizar, esa monstruosa criatura televisiva que se cita a sí misma como si fuera el Papa. Escribo para pagar al psicoanalista, pero me ha enseñado más la escritura que el diván. Por eso sigo aquí.
Yo no sería nadie sin mis amigas. Unas constituyen mi complemento y otras, mi diferencia. Mariana, por ejemplo, es mi diferencia y gracias a ella sé cómo soy. Supongo que Mariana dirá lo mismo respecto de mí. Constituimos referentes opuestos, pero referentes al fin. Nuestras posturas enfrentadas nos marcan el camino de la vida. Basta que a una le guste Julio Iglesias para que la otra diga que le gusta Sting. Y así todo. El domingo, Mariana estuvo muy pendiente de la manifestación de Mariano (bonita casualidad, Mariana y Mariano, ni que se hubieran puesto de acuerdo). La noté contenta. Más que contenta, exaltada. Aquella tarde, sola como estaba ante la tele, sufrió un brote agudo de patriotismo y, sin encomendarse a nadie, cogió el móvil, seleccionó la opción mensaje y les escribió a sus hijos el siguiente SMS: «os quiero. ¡Viva España!»
Sus hijos se debieron de quedar de piedra, porque a día de hoy todavía no han reaccionado.
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