Después de dedicar la práctica totalidad de sus dos mandatos a luchar contra el terror por todo el globo, y especialmente por Oriente Medio, George W. Bush ha caído en la cuenta de lo olvidados que tenía a sus vecinos latinoamericanos. Ese descuido le ha empujado en los últimos seis días a viajar por Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y, finalmente, México.
Lo que más le preocupaba al Gobierno de EEUU es haber detectado que ese sentimiento antiyanqui que siempre ha pululado por el sur del continente está creciendo gracias sobre todo a que ahora cuenta con un líder que ha puesto todas sus energías en servirle de aglutinador. De hecho, el presidente venezolano Hugo Chávez ha emprendido una gira casi paralela a la de Bush para encabezar las manifestaciones en su contra.
Sin embargo, la Casa Blanca ha obrado sagazmente y no ha dejado que su viaje oficial se convirtiera en un pugilato entre ambos líderes. De hecho, Bush ni siquiera ha nombrado a Chávez cada vez que los periodistas le requerían responder a sus ataques.
Con todo, el éxito más significativo del tour latinoamericano es el acuerdo de cooperación tecnológica firmado con el presidente Lula para la producción de etanol, el combustible elaborado con caña de azúcar o maíz del que Brasil es el primer productor mundial.
Evidentemente el etanol tiene en Chávez un frontal enemigo, pues esta energía alternativa puede reducir la demanda del petróleo que tan imprescindible le ha sido para comprar aliados.
El acuerdo con Brasil tiene para EEUU un alto valor simbólico, pues le sirve para constatar que los gobiernos democráticos en Latinoamérica, por muy de izquierdas que sean, cuando son pragmáticos y dan prioridad a los intereses de su población son buenos vecinos con los que se puede trabajar y no ciegos compinches de la revolución bolivariana.
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