Miércoles, 14 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6296.
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 OPINION
Obituario / JORGE DIAZ
Un símbolo, a su pesar, del teatro del absurdo
Fue uno de los más influyentes dramaturgos de la escena chilena a lo largo de la segunda mitad del siglo XX
RAFAEL ESTEBAN

Un hecho de más o menos juventud puede marcar toda una vida hasta la muerte. Eso es lo que le ha pasado a Jorge Díaz, dramaturgo chileno aunque trotamundos -nació en Argentina, hijo de inmigrantes españoles, vivió a la vera del Pacífico desde los tres hasta cerca de los 35 años, luego estuvo tres decenios en España y regresó a Chile- que ha fallecido a los 77 años en Santiago, debido a un cáncer en el esófago que padecía, con la etiqueta de autor del absurdo. El sambenito le venía desde 1959, cuando fue actor en La cantante calva.

A Díaz la adscripción no le gustaba. No le satisfacía porque era consciente de que las vanguardias-las auténticas, cuando se bautizó con esta palabra militar, algo que también le disgustaba, a los artistas que iban a poner patas arriba el mundo de la creación- eran una cosa del periodo entre los años 20 y 30 del siglo pasado, casi cuando él nació. Y tampoco, porque siempre defendió que lo que hacían tanto él como la compañía donde desarrolló gran parte de su carrera, el chileno grupo Ictus, era realmente experimentación.

Una experimentación a la que él se apuntó a finales de los años 50. Era un joven arquitecto al que le gustaba el teatro. Con sus compañeros de entonces, formó parte del reparto de la obra de Eugène Ionesco que estrenaron en Chile. A partir de ese momento, Díaz conoció un mundo nuevo en el que el teatro no era sólo representar textos de un autor, sino que era un campo de juego y donde se podían hacer diabluras con un lenguaje que era un vehículo perfecto para mostrar la lógica del absurdo -también fue militante de esta idea; toda su vida defendería que el teatro del absurdo podría ser muchas cosas menos absurdo- y la incomunicación de la sociedad. Y de ahí pasó, como mucha gente en la época, a la escritura.

Como hijo de los años 60, Díaz combinó un teatro heredero del de Ionesco y Beckett con el llamado político o social que contaba con humor, además de otro que profundiza las relaciones entre las personas. Muchas de las obras las escribió en España, donde vivió cerca de 30 años, tras abandonar Chile en 1964. En nuestro país obtuvo reconocimiento profesional y consiguió diversos premios y galardones. Entre sus principales obras figuran El locutorio, Liturgia para cornudos -que luego desarrolló y convirtió en Ceremonia ortopédica-, El cepillo de dientes y El velero en la botella.

Los últimos actos relacionados con Díaz en España tuvieron lugar no hace mucho en Madrid. El año pasado la Casa de América le dedicó un homenaje, mientras que Radio Nacional de España emitió dos de sus obras. La primera fue El Winnipeg, una pieza sobre el barco fletado por Pablo Neruda que trasladó a miles de refugiados españoles de Francia a Chile tras la Guerra Civil, y por la que la cadena pública obtuvo un Premio Ondas, y El guante de hierro.

Además, durante su etapa española formó parte de la compañía de teatro infantil Trabalenguas, antes de regresar a Chile para recibir el Premio Nacional de Bellas Artes, Comunicación y Audiovisuales de 1993 y otros reconocimientos a quien es considerado uno de los principales dramaturgos del país americano del siglo pasado, y el padre de la renovación teatral. Allí ha muerto como consecuencia de un cáncer de esófago, que no de un ictus como el que cambió el teatro chileno. Y que le sirvió para colgarle la etiqueta de dramaturgo del absurdo que llevó colgada toda su vida, encima a su pesar.

Jorge Díaz, dramaturgo, nació el 20 de febrero de 1930 en Rosario (Argentina) y murió el 12 de marzo de 2007 en Santiago de Chile.

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