Los Chospes / Amador, Cruz y Posada.
Cinco toros de Los Chospes de desigual juego y presencia. En general, mansos, bajos de casta y regordíos; el sexto áspero y complicado. Sobrero de La Martelilla, corrido en quinto lugar, noble, bravo y bien hecho.
Manuel Amador: ovación tras aviso (estocada defectuosa); ovación tras aviso (estocada caída y descabello); silencio en el que mató por cogida de Fernando Cruz. Fernando Cruz: herido en su primero, pasó a la enfermería. Ambel Posada: silencio (estocada); oreja en el que mató por Cruz (estocada); silencio (bajonazo).
Coso de la Calle de Xátiva, quinto festejo, más de media entrada en tarde fresca. Incidencias: Fernando Cruz fue atendido de «dos cornadas por asta de toro en el tercio medio del muslo izquierdo, una ascendente y otra descendente, ambas de 25 centímetros de extensión. La descendente interesa fibras del abductor mayor y diseca el paquete vásculo nervioso de la femoral. La otra interesa el paquete escrotal y viscera ambos testículos. Pronóstico grave».
VALENCIA.- Tarde agria, incómoda; tarde de esas que dejan un ácido sabor a moho y a herrumbre en el paladar. Tarde de toros miserables y oscuros, escombros de toros, que, pese a todo, llevaban el peligro sordo de una cornada en su inválida mansedumbre. Y esta cornada le alcanzó a Fernando Cruz. Sólo la oreja que cortó al sobrero Ambel Posada puso un rayo de luz entre tanta tiniebla. El segundo toro le había avisado varias veces a Fernando Cruz; pero éste o no se apercibió del peligro o no supo o no quiso cambiar su disposición de ánimo. Se quedó quieto y al descubierto. Acaso creyó que con cruzarse y tratar de obligar al toro estaba todo resuelto.
Pero lo cierto es que, pese a los avisos amenazantes que le enviaba el animal, Fernando Cruz siguió con la muleta retrasada y a merced de un toro incierto dentro de su desencuadernada mansedumbre. En circunstancias tales, lo normal era la cogida; y el de Los Chospes le pegó el tabaco. Esta peripecia indeseable y aciaga llena de nubarrones una temporada clave para Fernando Cruz. El año pasado, al rebufo de una oreja en Las Ventas en San Isidro, Cruz se enganchó a muchas Ferias en tono firme y ascendente. Este año debe ser el de su consolidación; mas por desgracia ha empezado con un cruento percance. Manso y cobardón, el toro agresor acabó en tablas fugitivo y buscando desesperadamente una salida mientras Amador lo perseguía a distancia con muchos recelos.
Al joven Ambel Posada le quedaba la papeleta de lidiar tres toros de condiciones más que dudosas. El primero era pura casquería; contra esa ruina, contra ese saco de escombros se estrellaba la voluntad de Ambel Posada. Con toros así no hay voluntad torera que valga; de nada le valía trazar el muletazo, pisar los terrenos idóneos y buscarle las vueltas a ese fantasma que de toro sólo tenía los cuernos y su difusa anatomía. Antes de consumar el pase, mucho antes incluso, el animal se derrumbaba y el torero se quedaba compuesto y sin novia, desairado y a contrapie, como mirándose en un espejo inexistente. Pensar que los dos restantes podían salir como éste, con la misma y absoluta carencia de fuerzas y de estilo, es para desalentar al más pintado.
Manolo Amador, antes de la cornada de Cruz, se desmayaba, rota la muñeca, quebrada la cintura en algunos muletazos y rematando con trincherillas garbosas o pases de pecho. Otras veces metía pico descarado con tanto arte o más que cuando hacía el toreo ajustado.
Dispuesto salió en el cuarto. Y precavido. No cometió la imprudencia de quedarse quieto sin taparse como Fernando Cruz. Cada vez que el toro hacía un gesto hostil Amador se quitaba discretamente, o no tan discretamente, del medio.
A las siete menos cuarto Ambel Posada se abría de capa y se enfrentaba al sobrero de La Martelilla, ni sombra del duro sobrero del mismo hierro que el otro día llevó por la calle de la amargura a Rivera Ordóñez. Templado y noble y con fuerzas suficientes para consumar su clara embestida, el de La Martelilla fue correspondido con igual nobleza y templanza por Ambel Posada. Lo llevó muy toreado por la derecha, muy templado y muy limpio.
El fuerte de Ambel Posada es la izquierda, el natural pleno de sentimiento y de contenido: dos tandas de excelente corte. Lo mejor, la arquitectura de la faena con principio y con fin; es decir, con argumentos, engarces y remate. Estaba roto el maleficio de la sombría tarde, o eso creíamos, y Ambel daba la vuelta al ruedo con despaciosa solemnidad. La Puerta Grande estaba entreabierta y, a poco que ayudaran las circunstancias, el madrileño tenía el triunfo al alcance de la mano.
Pero la corrida de Los Chospes había salido infame e intoreable y así acabó. O todavía peor: el sexto fue el toro más áspero, más manso y de más fuerza de la tarde. Y cortó de raíz las legítimas esperanzas de Ambel Posada de salir a hombros. El único toro que valió cabalmente fue el sobrero de La Martelilla, corrido en quinto lugar. Lo cual plantea algunas dudas que los taurinos deberán resolver sobre la pertinencia y la ligitimidad de correr turno cuando sobreviene una devolución.
¿Qué hubiera pasado de saltar al ruedo el sobrero en segundo lugar, como era de rigor? Se corrió turno y salió el quinto. Al producirse la cogida, a Ambel Posada le tocó en suerte un sobrero que debiera haber matado Fernando Cruz. Sobre cosas que ya no tienen arreglo es inútil hacer cábalas y consideraciones; puede que esto sean tiquismiquis reglamentistas. Pero la costumbre comúnmente aceptada de correr turno a voluntad del matador puede traer estos imprevistos. A Ambel Posada le sonrió la suerte y a Fernando Cruz la mueca de la desgracia.