Repetidamente recuerda Carlos Fuentes que aprendió a escribir en las rodillas de Reyes, a quien se refiere como «el gran clásico mexicano del siglo XX». De la devoción de Fuentes, así como de la de Monsiváis y tantos otros, puede tomar buena nota el visitante a través de un vídeo con entrevistas, retazos, recuerdos y apreciaciones sobre el escritor, periodista, crítico, traductor, diplomático, dinamizador cultural e indiscutible puente cultural entre España y Latinomérica.

«Alfonso Reyes fue un avanzado que apostó siempre por la unidad de la lengua y de la cultura hispanoamericana», señaló ayer César Antonio Molina, director del Instituto Cervantes, invitando a detenerse en cada una de las sendas creativas de este hombre que, exiliado en España, entabló estrecha relación con figuras como Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset y los miembros de la Generación del 27, a quienes influyó en su reivindicación de Góngora. Un capítulo de gran riqueza que enlaza con otro, posterior en el tiempo, cuando Reyes respondió a la hospitalidad recibida participando activamente en la acogida de México a los exiliados españoles de la República.

Tras repasar, a través de fotos, manuscritos, cartas y demás documentos, los acontecimientos del autor de obras como Grata compañía, A vuelta de correo o Tren de ondas, llama la atención un apartado de esta exposición comisariada por el escritor mexicano Héctor Perea, que descubre otro registro de Reyes, el de coleccionista exquisito.

Diego Rivera, con su Plaza de toros, un cuadro esencial para acercarse a su concepción del cubismo, Juan Francisco Barbieri, José Clemente Orozco, Cándido Portinari, Gabriel Fernández Ledesma, José Moreno Villa, Angelina Beloff, Gregorio Prieto, Rafael Barradas, Roberto Montenegro, forman parte de la colección privada de Reyes.