Jueves, 15 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6297.
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TESTIGO DIRECTO / EL TASSILI (GRAN SUR ARGELINO)
Los Reyes, en el corazón tuareg
El Gran Sur argelino, una inmensa planicie desértica, recibe la visita de Don Juan Carlos y Doña Sofía / Una camella y su cría esperan a la Reina. Todavía no sabe que son el regalo que para ella ha previsto el Sáhara / Se enviarán a España cuando todos los permisos estén en regla
MARISA CRUZ. Enviada especial

Dos mil kilómetros al sur del Mediterráneo, otro mar, de dunas doradas y roca parda, se extiende infinito. Es el Gran Sur argelino, El Tassili, una inmensa planicie que marca el corazón del mayor desierto del mundo: el Sáhara. Territorio tuareg, silencioso, brillante, un espectáculo para los ojos y los sentidos que, ayer, los Reyes tuvieron el privilegio de visitar agasajados, una vez más, después de 24 años, por la República Popular y Democrática de Argelia.

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El avión real despegó del aeropuerto de la capital argelina apenas unos minutos después de las 10.00 horas. La mañana había despertado luminosa, sin rastro de las nubes que cubrieron el cielo el día anterior. La excursión al desierto acaba de empezar. Abróchense los cinturones, relájense y disfruten.

El vuelo dura más de dos horas. La Reina, inquieta por llegar, se prepara. Ella es la que más disfrutará del viaje. Le gustan los animales, los paisajes agrestes, los habitantes de otras latitudes, se interesa por su forma de vida, por los detalles de su cultura. Siempre está lista para preguntar, para acercarse a la gente y hacer fotografías. Es muy correcaminos y en eso, le saca al Rey mucha ventaja. Don Juan Carlos es marinero; Doña Sofía, exploradora.

Aterrizamos en Djanet, el oasis. Aquí está la entrada a El Tassili, declarado monumento histórico y natural por la UNESCO, vetado al turismo salvo bajo estrictas condiciones. Un grupo de tuareg pertrechados con artilugios guerreros nos da la bienvenida con una danza rítmica y agresiva.

La expedición aborda por fin los todoterrenos. Arrancamos. La carretera que se adentra en el parque natural es confortable. A ambos lados sólo arena y los extraños dientes de roca que surgen por doquier, aquí amenazantes, allá suaves como la plastilina. El Tassili es misterioso y contradictorio: por el día sol abrasador, por la noche frío gélido; en los albores de la Humanidad fue un vergel, ahora es el desierto en estado puro; nada lo contamina ni lo ensucia y, sin embargo, en sus cavernas y en sus recovecos esconde la más impresionante muestra de arte prehistórico del planeta. Está muerto, pero encierra vida milenaria, no en vano ha sido calificado como «la capilla sixtina del paleolítico».

Treinta kilómetros y llegamos al núcleo urbano de Djanet. Todo el mundo se ha echado a la calle. Túnicas azules y turbantes negros y blancos inundan la escena. Niños y más niños con banderas argelinas y españolas jalean el paso de la caravana.

La visita al pequeño museo de la localidad resulta entrañable. La Reina pregunta. Se interesa por una curiosa taza de pequeño tamaño que resulta ser el biberón más antiguo de la Historia. Luego llegan las joyas tuareg. Plata labrada sofisticada. La cruz del sur se repite en muchas piezas. Doña Sofía, amante de la joyería, como lo demuestra su muñeca izquierda repleta de pulseras de oro, se para. Los collares y los pendientes son irresistibles.

En la calle, la muchedumbre aguarda. Los Reyes estrechan manos, saludan, acarician a los más pequeños. Es un baño de multitudes, sin prisas. Hace ya rato que los horarios previstos se han esfumado.

Vuelta a los vehículos. La caravana arranca de nuevo pero esta vez abandona la cómoda carretera y se adentra en las dunas. Los coches se dispersan para no cegarse unos a otros con la arena. Los conductores aceleran. Empieza el rally en zig-zag. Todo tiene, no obstante, una explicación: los coches han de evitar marcar surcos profundos para no quedar embarrancados.

¿Cuál es el destino final de esta carrera por el desierto? El objetivo tiene más de 6.000 años de antigüedad. Es uno de los tesoros de El Tassili. En una pared de roca, un espectacular grabado de más de cuatro metros de altura muestra tres vacas de afilada y larga cornamenta que vierten amargas lágrimas. La vaca que llora es quizá uno de los bajorrelieves más espectaculares de las 5.000 pinturas y grabados prehistóricos que se han catalogado en el corazón del Sáhara. Dicen de él que marca el inicio de la desertificación y en base a ello, los amantes de leyendas explican las lágrimas de los animales, que hace miles de años fueron ya testigos de la enormidad del cambio climático.

La historia encandila a la Reina, que urge a Don Juan Carlos a posar junto a las melancólicas y viejísimas vacas. El Rey remolonea pero, al final, se rinde ante la insistencia.

Salimos de las dunas y desandamos carretera. Junto al oasis de Djanet, tres jaimas forradas de alfombras de mil colores se abren acogedoras y frescas ante el grupo. Camareros de pajarita sorprenden a los visitantes con 17 corderos asados. Lo suyo es pellizcar la carne con los dedos y llevarla a la boca. El Rey no lo duda.

La comitiva acaba con los corderos y con el cuscús de frutos secos con miel que sirven después. El té de menta marca el final. Otra vez en pie. Comienzan las despedidas y... la sorpresa final. Una camella y su cría esperan a la Reina. Doña Sofía se acerca y acaricia al pequeño animal, que lame su mano. Aún no sabe que son el regalo que para ella ha previsto el Sáhara. Argelia los enviará a España cuando todos los permisos y documentos estén en regla. Pero ya tienen nombre, la Reina los bautizó: Djanet e Illizi.

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