JAIME G. TRECEÑO
Pilar Gallego pone ojos de chino cuando se ríe. La subdelegada del Gobierno en Madrid y número dos del candidato socialista a la Alcaldía, Miguel Sebastián, vive en Madrid desde hace 18 años, casi tantos como los que el PSOE lleva sin rascar bola en el Ayuntamiento. «Prefiero no callarme y decir, casi siempre, lo que pienso», así se conduce por la vida. Asegura no tener tiempo para ser casera; que no le pega nada y que no le gustan las tareas de la casa. «La frase prohibida en casa era 'no puedo hacer esto'», recuerda desde el austero despacho que el candidato tiene en la sede del PSOE, en la calle de Ferraz.
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«Fui hija única y mis padres en lugar de protegerme me lanzaron a la vida muy pronto para buscármela», asegura mientras se para un instante a discernir qué parte de su carácter es de su padre y de su madre. Considera que las mañanas de los domingos son sagradas y las dedica a sí misma. Aprovecha para comprar alguna planta y a hacer algo de deporte. Pilar Gallego mira los 50 años desde la barrera y niega que haya sido doblemente discriminada por ser mujer y sufrir una malformación congénita en su brazo derecho que es más corto que el izquierdo. «Gracias a la educación que me dieron no me ha condicionado nunca», precisa.
Cuando llegó a la Facultad de Derecho, en la que se licenció, hacía tan sólo un año que Franco había muerto. Entre su círculo de amigos y compañeros de clase, el actual presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. «Dicho después de tantos años, queda mal decir que apostaba por él. De hecho, cuando le nombraron secretario general dije que sería presidente del Gobierno», dice con un tono de orgullo. Allí arrancó su compromiso político aunque ella, como Sebastián, no es militante del PSOE. «Una idea política y una forma de ver la vida no la da un carné». Pudo entrar hace 20 años en política pero prefirió desarrollarse como técnico de la Seguridad Social. Es una entusiasta de los servicios públicos y tiene claro que «el ciudadano tiene que estar absolutamente atendido por los servicios públicos».
Aún no acierta a entender cómo fue posible que Trinidad Jiménez, la anterior candidata socialista a la Alcaldía, no ilusionase. «Madrid es una ciudad difícil para el PSOE», dice. Más allá de convertirse en una paracaidista de la política (término acuñado por la oposición para describir a los candidatos que llegan sólo para las elecciones y luego se marchan), está convencida de que ganará los comicios. De Gallardón dice que es un hombre «condicionado por su horizonte político», que se «ha entretenido en sus cuitas con Esperanza Aguirre» y «ha vivido su mandato de espaldas a los ciudadanos», dice mientras se acomoda en el sofá. De Aguirre no tiene mejor opinión y le reprocha que hable más de política nacional que de los problemas que interesan a los madrileños. Resta importancia a que sea la única de la lista que tiene experiencia en la gestión mientras se deshace en halagos hacia sus compañeros.
Reconoce con una sonrisa que no pensó mucho la oferta de Sebastián. «Fue muy fácil y eso que me gusta mi actual trabajo». El motivo de apostar por el cambio ha sido la interacción directa con los ciudadanos. De la salida del ex delegado del Gobierno, Constantino Méndez, con el que llegó al cargo en mayo de 2004, le queda un recuerdo «amargo por lo injusto».
Ella se queja de que «no hay presencia policial en los espacios de convivencia» y habla de mejorar la formación de los agentes de movilidad, de recuperar plazas y calles del centro para el peatón. Respecto a la prostitución, su objetivo es acabar con las mafias y no es partidaria de crear guetos, como el Barrio Rojo de Amsterdam. Entiende que la única fórmula para acabar con los atascos en Madrid es el transporte público. «No creo en las tasas para acceder al centro pero la gente usa el coche porque no hay un buen servicio público». Está ilusionada con el proyecto de peatonalizar la Gran Vía y de rescatar el tranvía del olvido. Apagada la grabadora, corre hacia otra reunión sin mucho más tiempo que para una fugaz despedida.
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