La mirada se estrella una y otra vez contra un calzado con vida propia, hélice rubí que corta el aire y eleva a Karen, su propietaria, a las nubes altas de la ensoñación y el delirio. Todo en escena es volátil y un tanto impetuoso en Las zapatillas rojas, el cuento escrito por Hans Christian Andersen en 1845, llevado al cine por Michael Powell y Emeric Presburger en 1948 y reciclado ahora por María Graciani como flamante nuevo montaje del Ballet Madrid.
«Es un homenaje a la radio. Una historia que nos acerca al sonido y al esplendor de la radio de los años 40», comenta la responsable del libreto, la versión y la dirección escénica en el dossier de prensa, desde donde se retrata al espectáculo como «la madre de todos los musicales». Y añade, ya de viva voz: «De pequeña iba a los ballets y no me enteraba de nada. Era necesario disponer del programa de mano para ver qué se contaba en cada momento. De ahí que cuando he tenido la oportunidad de hacer ballet haya querido introducir la palabra. En ese sentido, la radio es palabra sin movimiento y el ballet, movimiento sin palabra».
El Teatro Madrid acoge desde hoy y hasta el 1 de abril una función de hora y media que, en efecto, regala guiños propios del mundo del transistor. Así, entre otros recursos sonoros (y hasta cinematográficos), permite que una locutora se encargue de desgranar el argumento: tres muchachas (Karen, Susan y Meri), aprendices de corte y confección en el taller de una pequeña ciudad europea de los años 40, descubren por casualidad, mientras buscan la sastrería de un teatro, los ensayos de un ballet. Lo dirige un malvado maestro, quien trata de seducirlas con un mágico muestrario de alpargatas...
Con 17 bailarines, Cristina Ayllón al frente, se presenta la compañía de forma oficial en la capital. Lo hace con el poso de experiencia que dejó la representación de otra versión -en este caso, de El cascanueces-, por distintos puntos de la geografía nacional e, incluso, Italia. En una y otra pieza la intención de Graciani es la misma: «Llegar al mayor público posible, a gente que no ha visto jamás danza. Es una obsesión mía. A veces se piensa que el ballet está en un mundo muy reducido. Quisiera que las señoras se emocionasen y los niños de seis años no pudiesen ni parpadear». A fe que es así: en su relectura de El Cascanueces tenían cabida hasta los dibujos animados...
En esta ocasión, le acompañan en el noble empeño de democratizar este ámbito de creación artística gente como Pascal Touzeau y Emilio Galiacho. El primero, director de coreografía y discípulo de William Forsythe, confiesa, en relación al estilo, que Las zapatillas rojas se inspira en lo clásico para alcanzar la vanguardia, «con abstracción de pasos, llegando a la danza pura».
Galiacho, por su parte, admite que se ha planteado la ejecución de la parte musical «como una gran banda sonora bailable que tenga, a la vez, ritmo y cadencia para ser puesta en escena y las dosis necesarias de melodía para atraer a la gente y meterla en el espectáculo».
El Cascanueces, La Cenicienta... Graciani aún se extraña de que por el momento nadie -«ni siquiera los ballets rusos»- se hubiera atrevido a hincarle diente a relato tan sugerente. «Estuve varios días documentándome para comprobar que era así», comenta. Ergo tocaba arriesgarse, conjugar tradición y modernidad sin que se notasen las costuras, ponerse a trabajar en el siglo XXI con los parámetros que se empleaban a finales del XIX. El resultado sabe fresco. «Hoy esas zapatillas rojas de las que habla el cuento las pueden llevar no sólo las bailarines, sino también un político o un ejecutivo, cualquiera que quiera coger un sueño con tanta pasión que luego se convierta en obsesión», remacha Graciani.
Las zapatillas rojas
. Hasta el 1 de abril (excepto del 23 al 28 de marzo) en Teatro Madrid (Avenida de la Ilustración, s/n). Precio: 10-22 euros. Más información en
www.teatromadrid.com