Esta vez no hablaba Sarko desde una tribuna de oradores. Parecía hacerlo desde el púlpito o un podio militar. Tal era su conciencia religiosa y su amor a la tierra, que el líder de la gubernamental Unión por un Movimiento Popular (UMP) elogió la edad de las cruzadas y la época de las catedrales, referencia heroica y sobrenatural de unas raíces que Sarkozy custodia con el celo de un caballero medieval. Era una manera de reivindicar la cuestión identitaria y de relacionarla con las vidrieras del pasado. Sus rivales políticos le acusan de haber ideado a título mussoliniano un Ministerio de la Inmigración y de la Identidad Nacional, pero Nicolas suscribe el proyecto lejos de los malentendidos.

«Tenemos el derecho de ser franceses sin necesidad de sentirnos nacionalistas. Podemos hablar de inmigración sin que se nos acuse de racismo. Queremos hablar de una nación sin que ello implique una mirada proteccionista. La mejor manera de integrar es decir precisamente quiénes somos. No nos dejaremos impresionar por aquellos que quieren impedirnos decir en voz alta que amamos a Francia», proclamaba Sarkozy mientras una marea humana de 8.000 personas se mecía como una bandera al viento.

El programa de la visita estaba relacionado con los planes culturales del presidenciable, aunque el enfoque nada tiene que ver con los museos ni con la vanguardia. El actual ministro del Interior vino a hablar de cultura popular, paisanaje, folclore, artesanado y gremios, sin duda como trasunto de una Francia llamada a recuperar los valores, el humanismo y el crucifijo.

«He hablado de identidad y voy a seguir haciéndolo, porque no pienso concederle el monopolio de la idea de la nación a la extrema derecha», señaló Sarkozy en clara alusión a Le Pen. «Me preocupa la crisis de identidad que sacude a mi país, por eso me veo obligado a recuperarla partiendo del genio y de la capacidad de este pueblo. La Francia de las cruzadas y de las catedrales, de los derechos del hombre y de la Revolución», señaló el líder conservador en un nuevo alarde de patriotismo.

Fue entonces cuando el candidato al Elíseo citó paradójicamente a la figura de Antoine Rivarol (1753-1801), símbolo monárquico y antirrevolucionario en la era de la guillotina. Lo hizo para desempolvar uno de sus aforismos más autocomplacientes -«la lengua francesa es la lengua de la Humanidad»-, exceso hiperbólico de un discurso que el favorito al Elíseo convirtió en ejemplo de su vehemente posicionamiento ideológico.