ALI LMRABET. Enviado especial
CASABLANCA.-
Marruecos se ha convertido en base y objetivo del terrorismo islamista. Ya nadie en este país duda de ello. Ayer, el descubrimiento de 230 kilos de dinamita escondidos en una casa del barrio de Mulay Rachid, en Casablanca, pone de relieve la inevitable pregunta: ¿cómo pudieron los dos kamikazes del domingo pasado, Abdelfettah Raydi y Yusef Judri, transportar y almacenar todo este material de muerte sin que nadie lo detecte, en un país donde los mokadems (jefes de barrio que dependen del Ministerio del Interior) tienen fama de controlar eficazmente sus territorios?
Además, como decía ayer Taufik Buachrin a EL MUNDO, redactor jefe del diario Al Masae, el de mayor difusión en Marruecos, «¿De dónde ha salido tanto explosivo?». La respuesta sugiere que el terrorismo islamista o se beneficia ciertas complicidades en el seno de la población marroquí o ha puesto en jaque a la pretendida eficacia de la policía política marroquí, que no duda en utilizar métodos poco ortodoxos para interrogar a los sospechosos.
El arresto de nueve personas presuntamente implicadas en el atentado del cibercafé, y la detención de amplios grupos de seguidores de la Salafia Yihadia, no ha servido para calmar a la opinión publica. Al contrario, la ha alarmado aun más. Algunos observadores piensan que la lucha contra el terrorismo emprendida a partir de los atentados del 16 de mayo de 2003 ha fracasado, y que hay que prever lo peor para el futuro.
Ayer se supo que Raydi, el terrorista que se inmoló el domingo pasado, y su cómplice Judri, provenían del barrio de Sidi Mumen, el mismo de donde partieron el 16 de mayo de 2003 los 14 terroristas que sembraron el terror en Casablanca. Este reportero pudo constatar que la casa familiar de Raydi está situada a escasos metros de la de uno de los suicidas de 2003. Sidi Mumen sigue siendo el mismo reducto islamista, mísero y abandonado que era en 2003, donde las promesas de rehabilitación hechas por las autoridades marroquíes no han sido cumplidas.
|