Navarra fue incorporada a Castilla en 1512, más tarde que ningún otro reino, por la fuerza de las armas. Siguió siendo reino, con sus propias instituciones, hasta 1840. Entonces pasó, mediante pacto, a ser provincia foral, conservando prerrogativas, especialmente en materia de Hacienda. En el franquismo disfrutó de peculiaridades que la han consolidado como la comunidad con más experiencia y sentimiento de autonomía, lo parezca o no, de cuantas hoy componen España.
Navarra es la matriz de la cultura vasca. De Pamplona hacia el noroeste, los navarros conservan el euskera y la cultura propia de sus originarios pobladores, los vascones, cultura común a la existente en lo que hoy es Euskadi. Pero no sólo Navarra es Navarra -y tiene otra cultura, latina y romance, incluso árabe y judía- desde muchísimo antes de que Euskadi sea Euskadi -y desde mucho antes de que España sea España-, sino que, debido, entre otras causas, a la divergencia de caminos históricos y al persistente aprecio por su independencia, aproximadamente el 80% de los navarros -según se refleja en las elecciones- tiene el máximo rechazo a integrarse en Euskadi y en cualquier otra demarcación avasalladora. Y conviene saber que quienquiera -de dentro o fuera y de cualquier color- que intente una medida fáctica en tal dirección se meterá en un pollo de los que hacen temblar el misterio (me ha salido el navarro que soy, lo siento).
Si alguien tiene alguna duda sobre esto, en parte se debe a que -pese a su desarrollo de vanguardia y altísimo nivel cultural y calidad de vida- Navarra, por su tendencia introspectiva, no se hace notar como debiera -y los gobiernos navarros tienen mucha culpa- en el escaparate español.
Dicho esto, Miguel Sanz ha planteado mal -o bien, según sus intereses más propios- la marcha del sábado, al hacerlo, con Rajoy incorporado -no pinta nada-, al estilo del PP, es decir, utilizando un medio -la manifestación- para dos fines distintos: uno, de utilidad para por lo menos el 80% de los navarros, la afirmación de la independencia de Navarra ante los nacionalistas vascos -por si acaso-, y dos, la censura del Gobierno socialista y la búsqueda de una rentabilidad partidaria, la de UPN.
Irán muchísimos navarros, muchos, porque el asunto principal les importa sobremanera, no digamos tras todas las manipulaciones que se vienen haciendo y tras una difusa actitud de los socialistas navarros, ya definitivamente aclarada -espero- por su candidato Fernando Puras. Pero podían haber ido aún muchos más, casi todos -ocho de cada diez-, si Sanz hubiera renunciado a especular con el interés general en beneficio particular y, por tanto, a dividir y restar cuando había que sumar y multiplicar. Dicho lo cual diré que no entiendo de política, visto que compruebo que la política es algo ladino que, para su éxito, no tiene que ver ni con el recto entendimiento ni con el recto proceder. También diré que me deprime manifestarme así cuando creo, por encima de todo, que la política debería estar al servicio de las personas sin matrícula nacional. Ay.