Jueves, 15 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6297.
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Las falsedades no sólo se oponen a la verdad, sino que a menudo se contradicen entre sí (Voltaire)
 OPINION
AL ABORDAJE
El patio del cole
DAVID TORRES

Dicen que el hombre desciende del mono y es verdad: algunos han descendido pero mucho. Los herederos de Darwin andan buscando el eslabón perdido en el norte de Africa. Vistos los últimos debates parlamentarios, no estaría mal que se dieran una vuelta por el Congreso de los Diputados, a ver si sacan algo en claro sobre de dónde venimos y adónde vamos. No es sólo que aquí nos chifle desenterrar huesos: es que el comportamiento de nuestros representantes políticos se halla más cerca del chimpancé que del Homo sapiens.

Estos días Rubalcaba y Zaplana han protagonizado una trifulca que bien podría haberla filmado Kubrick. Dos bandas de antropoides se situaron en torno al hemiciclo como las dos hordas de furiosos macacos disputando en torno a la laguna en la secuencia inicial de 2001: una odisea del espacio. Rubalcaba desenterraba el hueso de las excarcelaciones de etarras durante el gobierno de Aznar y Zaplana le lanzaba un pedrusco del tiempo de los GAL. Zaplana sacaba la tibia de las víctimas de ETA y Rubalcaba se agachaba y esgrimía el fémur de la guerra de Irak. A derecha e izquierda, las dos bandas de antropoides jaleaban y aplaudían a sus dos campeones con un entusiasmo más bien prehistórico.

En su regresión constante hacia el Big Bang, la política española en los últimos meses ha alcanzado el nivel de un patio de colegio. Hubo un tiempo, hace ya más de un siglo, donde en el Congreso de los Diputados paseaban oradores de la talla de Cánovas, Sagasta o Castelar. Los diputados acudían en masa al Congreso para oír hablar a Castelar. Se le escuchaba respetuosamente, se le aplaudía acaloradamente y luego casi siempre se votaba en contra. Hoy el discurso político ha descendido al nivel de «y tú más», y del «mañana te vas a enterar». Hasta se echa de menos a Alfonso Guerra, que no era un maestro de retórica ni de lejos, pero al menos tenía gracia y era capaz de hacer juegos de palabras y poner motes como el gracioso de la clase a la hora del recreo. Ya no nos queda ni eso: «bobo solemne» y «patriota de hojalata» son las mejores muestras de ingenio que han salido del caletre de los líderes de cada manada. Es natural que, después de tal despliegue de afasia verbal, el resto de antropoides hayan despreciado la palabra como arma ofensiva y se dediquen a buscar por ahí, entre la basura, huesos con los que abrirle el coco al adversario.

Básicamente, la palabra es el instrumento que nos diferencia de los primates superiores y también el protagonista esencial en una democracia. El Parlamento se llama así por algo. En cambio, nuestros políticos han regresado al nivel de la mofa, la befa y la pedorreta. Aquí cada vez prima más la comunicación no verbal, el grito, el gruñido, la manifestación callejera, el videoclip. Habrá que aprobar cuanto antes el proyecto Gran Simio, antes que uno de éstos se haga daño de verdad.

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