FRANCISCO UMBRAL
Para quienes no tenemos sangre monárquica de nacimiento es conveniente aportar temas, anécdotas, amistades y recuerdos de nuestra borbónica familia real, que ha resultado muy práctica a la hora de resolver cosas, tanto en el blablablá político como en la salsa rosa de la calle. Tal que el otro día el Rey Juan Carlos, en un almuerzo del Sáhara, garantizando la mano paternal de España tendida sobre las playas del sol y esa luna ya oriental que tanto nos alumbra e inspira, según a quién y cómo. O sea que el Rey se expresó y habló por sí mismo y habló bien. No nos había emocionado tanto desde el 23-F, ya histórico.
El señor Zapatero, presidente de la cosa, se ha visto rectificado en sus personalísimas y agresivas palabras, que es que cada vez prescinde más del entorno y se arriesga con la sonrisa por delante. Nuestro presidente piensa igual que Don Juan Carlos sólo que todo lo contrario. Nos tranquilizan las palabras reales que son un consuelo para el Sáhara y si vas a ver, también para nosotros. Muy lejos tienen que llegar las cosas y el descontento de este Rey con perfil de tal para que se arriesgue a prescindir de sus hombres más inmediatos, de sus genios más ingeniosos, que están todos en la parrilla inquisitorial del gran juicio, operando como sumarísimos.
Zapatero había topado ya con todo el mundo y le faltaba un hombre: el Rey Juan Carlos. Ya tenemos los monárquicos de ocasión un argumento para exhibir en las biografías de este monarca, que hasta ahora sólo habían reunido anecdotarios del picaresco Vilallonga y nutridísimas memorias de Luis María Anson desde sus nostalgias calladas y eficaces de Don Juan, así como la crónica indiscreta de Jaime Peñafiel y la ausencia férrea del discretamente innombrable.
No sabemos si Zapatero rectificará a su vez o mandará a Rubalcaba en su lugar, que ZP acierta más cuando rectifica, como dicen los políticos. Zaplana, el doble parlamentario de Cary Grant, según las reporteras sentimentales, le ha dado un repaso a Rubalcaba, que se aleja de sus tiempos silvanos de la Castellana y sus bares. Ahora queda ocioso, en espera de camino y es hasta posible que el jefe le mande allí donde han estado el Rey y ZP, a la sombra de Los alimentos terrestres que ya exploró André Gide. Va a ser complicado enmendarle la palabra a un Rey que además habla poco o sólo lo necesario. Esta errata del presidente vale por todas las que ha dejado atrás en su carrera brillante, aparatosa y a veces equivocada. No sabemos si a partir de aquí se inicia una enemistad tipográfica entre el perfil de Don Juan Carlos, que ya hemos glosado, y el perfil ornitológico de un pájaro sonriente.
Las cosas están tan complicadas en España que un Rey decide decir su verdad fuera de la Península porque precisamente es una verdad geográfica más allá de las ambiciones unipersonales de un presidente demasiado joven para acertar siempre o pararse a reflexionar sobre los pasos andados y equivocados. En las tribus provinciales de España se lo van a decir como se lo han sugerido al Rey en su gira efectivamente comentada. Quienes en verdad consideramos la realeza como un factor político no estábamos tan equivocados. Ay qué lucha.
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