El Torero / Serafín, Serranito y Avila.
Seis toros de El Torero desiguales de juego y presentación, primero y sexto bien armados y astifinos. En general, mansos y complicados, salvo el tercero, bravo.
Serafín Marín: silencio (estocada) y vuelta tras leve petición (media tendida). Serranito: ovación (estocada defectuosa) y ovación tras aviso (media perpendicular y dos descabellos). Juan Avila: oreja (pinchazo y estocada) y silencio tras dos avisos (pinchazo hondo y dos descabellos).
Coso de la Calle de Xátiva, sexto festejo. Tres cuartos de entrada en tarde fresca.
VALENCIA.- Lo de Juan Avila iba para salida a hombros y casi acaba en desastre. Cuando ya había metido en el canasto al sexto y estaba al caer la oreja, pinchó y le dieron dos avisos y, por lo menos, medio. Tuvo mucho mérito la lidia de este toro que saltó dos veces al callejón sin que su bronca fuerza sufriera merma o desdoro.
Ya con el criminal frío de esta plaza en Fallas, cuando empiezan a caer las primeras sombras de la noche, Juan Avila, con fe y sin tiempo para el desánimo, empezó a sobar al rebrincado animal, que no paraba de moverse incierto e incómodo; al final se atemperó, o lo atemperó la muleta de Avila; y surgieron series de muletazos largos y dominadores que presagiaban el corte de otra oreja. Todo quedó en nada, aunque pudo ser peor: toro vivo a los corrales.
El magnífico tranco de su primero posibilitó que Avila desplegara un toreo por la derecha macizo y ligado. El toro era bueno también por el pitón izquierdo y los naturales tuvieron el mismo rango y parecido sentimiento que los derechazos. Fue el mejor toro de la tarde y Avila lo aprovechó cabalmente; lo lució, le dejó expresarse sin atosigarlo y se lució él. Tarde, pues, de cara y cruz del joven matador y dos toros antagónicos.
De sobresalto en sobresalto anduvo en su primero Serranito, torero de buen corte, buena planta y excelente juego de brazos en las verónicas. Desaparecieron los sobresaltos en el quinto y apareció la pesadez. El animal tenía un pitón derecho como una guadaña; Serranito lo recibió a portagayola y luego abrió faena de muleta de rodillas en la boca de riego. A partir de ahí se diluyeron las buenas vibraciones; se metió entre los pitones cuando ya el opaco animal estaba más parado que los toros de Guisando. Sufrió Serranito un desarme y alargó con toneladas de aburrimiento la faena.
La Fiesta en Cataluña
Serafín Marín ha sido durante un tiempo la gran esperanza del nacionalismo táurico español frente al virulento nacionalismo catalán taurófobo. Nacido en una Cataluña oportunistamente antitaurina por antiespañola, pudo haber sido una bandera de resistencia insurgente, la quinta columna en territorio comanche. Así se lo jalearon en Madrid y por todas las plazas de Iberia. En Barcelona, pese a haber hecho el paseíllo tocado con barretina, o precisamente por ello, fue excomulgado y hace tiempo, tengo entendido, que Serafín es paseante del campo charro, en un semiexilio de pasamanería y caireles.
De Cataluña sólo ha recibido escarnio, vilipendio y vientos hostiles de tramontana. Claro que peor lo tienen Albert Boadella y Els Joglars, que no son toreros pero como si lo fueran. El pujolismo ubicuo y eternal ha decretado contra Boadella y su grupo una especie de asesinato civil; ser taurino hoy en Barcelona y, además, crítico del catalanismo, es como haber sido judío alemán antinazi en el III Reich.
Y si, además, se tiene la carga crítica que tiene Boadella -el gran bufón irreverente y libre- sempiterna bestia negra de la derecha cavernícola y ensotanada, pues peor. Puede que también Boadella, cuya catalanidad cultural nadie osa negar, tenga también que exiliarse de Cataluña. Nunca le faltarán al gran titiritero amigos y admiradores por los campos de España; que quede claro. Su taurofilia tiene, obviamente, tintes políticos. Para el pujolismo taimado y perverso este taurinismo no pasa de ser un pretexto o ni siquiera eso. El ominoso silencio, el criminal cerco a que están sometidos Els Joglars, tiene raíces políticas más que taurinas y es peor que la censura franquista o un procesamiento: es una amenaza mafiosa.
Sobre los hombros de Serafín Marín, de Montcada i Reixac, hemos echado un peso excesivo -el peso de la púrpura reivindicativa- y doble: defender en Cataluña la perversión españolista de las corridas y pasear por los caminos y las plazas de España una identidad taurina catalana a contraestilo.
Demasiado. Para asumir tal destino histórico hay que ser un coloso o un privilegiado. Serafín Marín aguantó el tirón a favor de corriente durante un tiempo y ahora parece haberse desfondado un poco. Ayer anduvo errático y torpón en su primero y apostó por el calentón, a puro güevo, en su segundo. Pegado a las tablas del 9, en terrenos inhóspitos e incandescentes, arrancó unos cuantos muletazos heroicos. Cuando Marín se libere de tan altas responsabilidades toreará mejor y más relajado.