José Luis Giménez-Frontín
I. A vueltas con el tema de la presencia de escritores en la próxima Feria de Frankfurt, parece sintomático señalar que aproximadamente la misma exposición del mismo programa, que en boca del ex conseller Ferran Mascarell y de la comisaria Anna Soler-Pont sonaba a concordia, apaciguamiento y sentido común, en boca de Bargalló suene como mínimo a displicencia. Será por el tono con que uno adivina que se ha referido a las «casetas» de los editores con autores en castellano. Sin duda la política es una cuestión prioritaria de formas. Y puestos a guardarlas, uno se siente tentado de celebrar, como si se tratara de algo extraordinario, que los editores de Cataluña -la primera industria cultural de toda España- puedan invitar a Frankfurt a algunos de sus autores, no a cargo de los impuestos de los ciudadanos, sino de los gastos de promoción de dichas empresas, que por cierto se sufragan con ventas, es decir, con el éxito de esos mismos autores
Por otro lado, en más de una ocasión ya he señalado que el mercado es durísimo y que los feriantes de Frankfurt son bastante insensibles a las promociones oficiales -salvo que vayan acompañadas de las correspondientes subvenciones a la edición, siempre tentadoras para los más pequeños. Quiero decir que una cosa es la importantísima campaña de imagen cultural que supone Frankfurt -y que merece recibir el apoyo moral de todos los escritores, dentro y fuera de las «casetas»- y otra la realidad del mercado editorial, y no conviene mezclar los temas y crear expectativas falsas, o acabaremos todos más desencantados que en aquel circo mesetario de Bienvenido Mister Marshall.
II. No hay tema ni medio de comunicación pequeño en el momento de tomarle el pulso a la ciudadanía. Leo en La Vanguardia que una caravana «solidaria» de ciclistas llevarán en sus mochilas material escolar para regalar a los niños paquistaníes y nepalíes, mientras que el diario gratuito Qué! anuncia una expedición a no sé qué cumbres, que también califica de «solidaria», pues los montañeros irán cargados de «juguetes, caramelos y material escolar» para los niños «más desafortunados». ¿Es necesario legitimar los viajes de riesgo y las hazañas deportivas bajo el paraguas de la solidaridad? Si yo fuera fanático islamista de Pakistán o de Cachemira, guerrillero maoísta nepalí o señor de la guerra africano sé muy bien lo que haría con los lápices y caramelos de nuestros excursionistas solidarios; pero me limito a considerar objetivamente lamentable la banalización de sentimientos altruistas (me temo que para obtener patrocinadores de sus expediciones), mientras haya quienes están entregando su vida a auténticos proyectos humanitarios, todo lo afortunados o no que se quiera, pero que nada tienen que ver con el excursionismo. Hasta las galas benéficas de la sociedad ociosa de toda la vida hoy se presentan en la prensa, y no sólo en la del corazón, como «reuniones solidarias».Pues bueno.
|