LETICIA BLANCO
La infancia de Richard Capstick transcurrió como la de tantos otros niños que nacen, crecen y corretean por la bucólica campiña inglesa. En un pequeño pueblecito del norte de Inglaterra, en el Lake District: Jane Austen, té con leche y bicicletas. Sus padres eran granjeros. Iban a misa los domingos. Y Richard, al que no se le daban muy bien las matemáticas, se pasó muchas tardes dibujando pequeños retazos de la naturaleza. «Era lo único en lo que era mejor que mis otros hermanos», bromea al recordarlo.Quizá por ese trazo entre naif y preciosista, Richard acabó estudiando el bachillerato artístico, luego estampación textil y más tarde, «casi por casualidad», entró en la prestigiosa Central Saint Martin's. «Terminé allí porque me lo sugirió una profesora. La verdad es que por entonces no tenía ni idea de lo que era, sólo pensaba en mudarme a Londres». Fue la salida del cascarón.
Así que podría decirse que llegó virgen (sin haber oído hablar en su vida de Vivienne Westwood, del Dazed&Confused o del boom belga de los 90) a uno de los epicentros de la moda europeos.Y seguramente por esa ingenuidad y esa frescura o por la falta de pretensiones de éxito instantáneo, se abrió paso en el mundo del diseño a velocidad de crucero: en sus últimos años en la escuela ya empezó a trabajar para la firma Ghost. Y a partir de ahí, su currículum de freelance se disparó.
Antonio Miró le fichó para su línea de hombre, y fue entonces cuando se afincó en Barcelona, donde lleva ocho años. «Sólo tenía dos referentes de la ciudad: Gaudí y una vaga imagen de los Juegos Olímpicos. Llegué, hice la entrevista y a los dos días estaba instalado. Aprendí en tres meses el castellano que hablo ahora, con las mismas faltas, y desde entonces no me he ido. Volví a Londres unas semanas pero ese frío, el mal rollo y lo carísimo que está todo me echaron atrás. Barcelona es muy manejable, y vivir aquí es como estar en el centro de Europa. Coges un vuelo a las seis de la tarde y a las nueve puedes estar traquilamente en una reunión en Milán». Capstick lo sabe bien: ha estado diseñando a distancia para las emblemáticas firmas italianas Missoni y Cruciani, además de ejercer de consultor para otras firmas.
Entre miniaturas de papiroflexia, partituras de piano y zumo de mandarina, Richard explica ilusionado su última colaboración con uno de los diseñadores más adorados a nivel extraplanetario, Marc Jacobs, para el que acaba de terminar una serie de ilustraciones para la colección masculina de Marc by Marc Jacobs. Son unos pequeños osos polares jugando, muy bucólicos, a lo Nanook el esquimal. Y planea lanzar, de una vez por todas, su propia línea de ropa, así que probablemente su nombre sonará fuerte tras el verano. «Quiero que sea algo nuevo: ese un punto clásico inglés pero renovado. Aunque después de diseñar tanto para otros, va a ser algo raro estar en centro del huracán por una vez».
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